“El PRI no es una persona, es una institución y hay que mirarlo como tal”, me dijo Manlio Fabio Beltrones el martes 21 de junio. Era la mañana siguiente de su renuncia a la presidencia del partido. “El PRI es una institución histórica que ha sabido renovarse y debe volver a hacerlo”.
Por la cabeza de Beltrones daban vuelta un par de ideas medulares tras la derrota del 5 de junio: cómo hacer electoralmente más competitivo al PRI y qué proyecto de país quería definir y defender el partido tricolor.
Dos veces durante este proceso de las 12 gubernaturas conversé en privado con Beltrones. Supongo que no cometo una indiscreción al recordar que, en ambas, me explicó que, después del 5 de junio, el PRI debería prepararse para ir en 2018 a una elección de alianzas o a una tradicional. A las alianzas, ligadas al concepto de coaliciones de gobierno, las relacionaba con un gran concurso para defender las reformas del presidente Peña Nieto. Y en la tradicional, que le gustaba menos, afirmaba: entonces tendríamos que ir con un priísta muy, muy priísta.
Beltrones se ha tomado unos días de descanso y distancia. Y se ha cuidado de no expresar comentario ninguno sobre la sorprendente aparición del hasta hace unos días director de la Comisión Federal de Electricidad y hoy virtual candidato de unidad para asumir en breve la presidencia del PRI, Enrique Ochoa.
Lástima, porque le habría preguntado ¿qué significa la postulación de un hombre joven y talentoso, sí, ungido con las maneras arcaicas y sombrías del viejo PRI? Véanse, si no, las palabras del líder de los senadores, Emilio Gamboa: “Ochoa es la mejor opción para revitalizar al PRI; tiene visión de futuro, contribuye al análisis y la definición de posturas partidistas”. Sí, señor.
Preguntarle a Beltrones si Ochoa es Sansores Pérez, Colosio, Oñate, ¿o quién diablos es Ochoa en esta circunstancia? ¿O por qué el PRI derrotado, lastimado, urgido de autoestima, acata con docilidad esta atropellada imposición de Los Pinos? ¿O quién en el partido está entusiasmado con la coronación de un personaje del que hace ocho días nadie comentaba nada? ¿O si Ochoa, de 43 años de edad, es el guiño del PRI a los 40 millones de mexicanos que el primer domingo de julio de 2018 tendrán menos de 32 años cuando se paren ante la urna? ¿O si es la pieza más sólida del presidente Peña Nieto para armar desde ahora el blindaje de las reformas ante el desquiciante avance de López Obrador y el “regresionismo populista”?
Preguntarle, en resumidas cuentas, ¿quién inventó a este Enrique Ochoa y para qué? A un funcionario público sin experiencia en el combate. A un priísta que no huele a PRI.
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