Tiene razón Andrés Manuel López Obrador cuando habla de Jaime Rodríguez Calderón. El Peje le ha dicho al Bronco que no es independiente, que es un priísta disfrazado, que responde a oscuros intereses económico-mediáticos, que es de la mafia del poder y que el pueblo no debe esperanzarse ante un personaje sin ética. Y sí: depende de un puñado de poderosísimos empresarios regiomontanos, está protegido por el grupo de medios de comunicación más relevante del norte del país, hay cosas de su pasado y prácticas de su presente que tropieza al intentar justificar y apenas el año pasado tenía credencial del PRI.

Tiene razón también el gobernador de Nuevo León cuando habla del otra vez candidato presidencial. El Bronco le ha dicho al Peje que en realidad él es parte de la mafia del poder porque se ha beneficiado del monopolio de los partidos políticos, que es ególatra y mentiroso, que ya debería dejar de vivir del erario y ponerse a trabajar. Y sí: lleva quince años cobrando de los impuestos de los mexicanos (como dirigente de partido y funcionario público), ha recibido millones de pesos y de spots gracias al presupuesto del Estado, sus desplantes antidemocráticos han sido famosos primero en el PRD y ahora en Morena, y tiene un pesado equipaje de acusaciones falsas contra quien le da la gana.

El Bronco y El Peje tienen más similitudes de las que ellos quisieran admitir. Y detestarán parecerse tanto porque apuestan a conquistar el mismo electorado: los que están hartos de todo.

El Bronco luce más la testosterona que el cerebro. El Peje luce más las obsesiones que las ideas.

Los dos diagnostican que todos son corruptos, menos ellos. Los dos parten de la base de que quien no es aliado es enemigo. Los dos tienen un discurso bastante simplón y monotemático: repiten dos o tres frases bravuconas bien ensayadas y lo demás son lugares comunes. Los dos presumen de ser defensores del pueblo pero se las arreglan para conseguir benefactores multimillonarios. Los dos se creen algo así como el último aliento de una democracia moribunda. A los dos acompaña en cada acto público un aroma de mesianismo que rápido deriva en autoritarismo.

Los dos se trastornan ante los medios de comunicación y periodistas que los critican. Los aluden, increpan y amenazan porque para ellos la verdad está privatizada y ellos ganaron la licitación. Los dos creen que esta obsesión es de ida y vuelta. Y claro, los dos tienen a sus medios y comunicadores favoritos que los apapachan. Los únicos libres, piensan ellos.

Los dos van a ser protagonistas de 2018. Tienen lo que hace falta: personalidad, dinero, apoyo mediático, amarres secretos y base social que podrá traducirse en estructura.

Y los dos apanican a sus rivales.

SACIAMORBOS. Ambos reaccionaron igual ante entrevistas: quejándose de preguntas duras, tratando de hacer de la relación con una televisora (la suya de odio, la mía de trabajo) el motivo del desempeño periodístico y luego andar fanfarroneando por ahí sobre quién se había “doblado”: entrevistado o entrevistador. Ja.

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