Texto: Xochiketzalli Rosas
Foto actual: Xochitl Salazar y Xochiketzalli Rosas
Diseño web: Miguel Ángel Garnica

Dos campaneros más lo acompañan: uno tañe, en la misma torre que don Ángel, a Santa María de la Asunción¸ llamada popularmente “Doña María”, la campana más antigua del recinto: se fundió en 1578 y pesa siete toneladas; otro, las 23 campanas, todas unidas por una cuerda, de la torre oriente; don Ángel, a Juan Diego, la más joven pues se fundió en 2002 con motivo de la canonización del ahora santo por el que lleva su nombre y pesa 1.3 toneladas.

El toque termina unos minutos después del mediodía, cuando el reloj de cuerda da las 12 campanadas y se detiene unos momentos. Después don Ángel regresa con quienes lo miramos desde el techo de la nave mayor de la Catedral para continuar con el recorrido por el campanario.

Don Ángel se mueve con soltura por las marquesinas y techos del recinto mientras nos narra la historia de las campanas y nos guía con el quedo sonido de su voz. Es un hombre bajito y muy delgado, quizá por eso es tan ágil, y aunque no dice su edad, calculo que tiene más de 50 años.


Don Ángel tañendo a Juan Diego en el toque de El Ángelus.

—¿Cuántas veces al día sube las torres de la Catedral? —le pregunté sofocada tras subir por la escalera de caracol de la torre oriente, que fue por donde entramos al campanario, luego de completar los 68 escalones: ocho de metal y 60 de piedra de cantera blanca.

—Como ocho veces al día —me respondió sonriente, sin atisbo de cansancio—. Y esas escaleras datan del siglo XVII.

—¿No se cansa? —lancé la redundancia.

—No, ya me acostumbré. Cuando sí me cansé, un poco —hizo la precisión—, fue cuando vino el Papa Francisco. El día que llegó lanzamos al vuelo todas las campanas de la Catedral. Repicaron durante una hora y media. Las tocamos desde que bajó del avión hasta que llegó a la Nunciatura.

Don Ángel se inició en el oficio de campanero de manera inesperada. Un día, de hace 12 ó 14 años —no recuerda con exactitud—, acudió a misa a la Catedral. De pronto, un hombre, que dijo ser empleado del recinto religioso, se acercó a la banca en la que don Ángel escuchaba al padre y le preguntó si no quería unirse a la pastoral de campaneros. No lo pensó y tras asentir lo llevaron con el campanero mayor para que lo entrevistara. En cuestión de días ya se encontraba aprendiendo a tañer las campanas.

“Nunca volví a ver a ese hombre. No sé qué pasó con él, pero desde entonces todos los días estoy aquí”, relata don Ángel al pie de las escaleras de caracol de la torre oriente. Justo antes de empezar su relato sobre la campana Castigada. 

Esta campana es de tipo esquila, que para sonar tiene que dar una vuelta de 360 grados. Le pusieron el mote de Castigada porque en 1943 un campanero despistado, al tañerla, el contrapeso lo golpeó con tal fuerza que el hombre murió. Tras el trágico incidente, la campana fue atada con una cuerda, marcada con una cruz roja y, por último, a manera de castigo se le retiró su badajo para que no volviera a sonar. En otras palabras: quedó muda.

En silencio permaneció por más de 50 años, hasta que en el año 2000, justo en el Año del Perdón —de acuerdo con la religión católica—, la indulgencia le fue finalmente concedida y la campana fue desatada y el badajo volvió nuevamente al lugar que le correspondía. Para demostrarlo, don Ángel la mueve un poco para que la escuchemos.

Así, cada campana recibe un nombre y su peso se mide en quintales (un quintal equivale a 46 kilos) o en arrobas (un arroba equivale a 11.5 kilos).

La campana mayor de la Catedral se llama Santa María de Guadalupe, fue fundida por Salvador de la Vega en 1791 y es la más pesada: 13 toneladas; su badajo pesa entre 250 y 260 kilogramos.

La campana más pequeña pesa 50 kilos y sólo se toca los sábados de gloria en la noche para anunciar la resurrección de Cristo. También hay una llamada San José, pero la nombran “La Ronca” por el sonido que emite.

Las campanas son de bronce, cobre y estaño, y en función de su tamaño y peso dan una nota musical.

—Esa campana de la orilla —dijo don Ángel al inicio del recorrido, señalando una de las campanas de la torre oriente— se llama Concepción y la regaló el hombre más pobre de México —tras unos segundos de silencio continuó: —El dueño de Teléfonos de México.

Las otras tres personas, dos originarias de España, que nos acompañaban en el recorrido permanecieron en silencio.

—Carlos Slim —dije y continuamos la visita.


En el suelo está la campana que por una avería fue reemplazada por Concepción: la campana del lado izquierdo de la imagen y que es exactamente igual a la original.

De acuerdo con el folleto que dan como boleto de entrada al recorrido, aunque desde 1642 se colocó el basamento de la torre oriente y en 1672 el primer cuerpo de la misma, se puede decir que las torres se construyeron entre 1787 y 1791. En su construcción participaron los arquitectos Juan Serrano, Juan Lozano y José Damián Ortíz de Castro.

Las torres tienen aproximadamente 67 metros de altura y cada una tiene espacio para 28 campanas, dando un total de 56 espacios. Sin embargo, en la actualidad sólo hay 34: 23 en la oriente, 11 en la poniente. “Hay una campana más, la Santa María Magdalena, pero esa se encuentra en el cuerpo de la catedral y es pequeña”, explica don Ángel y continúa:

—¿Quieren saber cuál es la campana más grande del mundo? —nos pregunta sobre el techo de la nave mayor. Estamos parados justo en el centro de la Catedral.  Y con los brazos extendidos a los lados nos señala la parte más alta de las torres.

Pues, precisamente, el remate de las torres de la Catedral tiene la forma de una campana con una esfera coronada por una cruz. Estas esferas contienen cruces, monedas de la época, relicarios, oraciones y testimonios autorizados por el Venerable Cabildo de la Catedral.

—Cuando se cumplieron 200 años de la Catedral abrieron las esferas para comprobar si es que toda esa ornamentación, coronas y collares existían, y así fue. Las vieron y las dejaron en su lugar —narra don Ángel.

Además, cada torre tiene ocho esculturas monumentales, las cuales representan a santos protectores de la ciudad y fueron realizadas por José Zacarías Cora y Santiago Cristóbal Sandoval.


Esta pintura fue publicada en abril de 1921 en las páginas de EL UNIVERSAL ILUSTRADO, donde se puede observar el exterior de la Catedral y del Sagrario en el año de 1725, cuando la contrucción todavía no finalizaba. Aún las torres no tenían sus remates. 

Fue en 1524 que Hernán Cortés mandó construir una primera iglesia en los terrenos que ocupan hoy la Catedral. Esa pequeña iglesia, que Héctor De Mauleón en una de sus crónicas llamó la Catedral primitiva, se convirtió en la catedral, pero muy pronto resultó insuficiente; por lo que en 1571 el Tercer Arzobispo de México, D. Pedro Moya, y el Virrey Martín Enríquez colocaron la primera piedraAde la actual Catedral.

La construcción la inició Claudio de Arciniega y Juan de Cuenca. Así, el 22 de diciembre de 1667 se terminó el interior del edificio.

Fue en 1793 que el arquitecto y escultor valenciano Manuel Tolsá recibió la obra, para entonces ya otros arquitectos que participaron habían muerto entre planos y piedras. Tolsá tardó 20 años en concluir la Catedral Metropolitana. Así, en 1813 dio fin a los trabajos del exterior del recinto, añadió elementos del estilo neoclásico y realizó las esculturas de la Fe, la Esperanza y la Caridad, las cuales rematan al reloj.

Toda la magnificencia de la Catedral la podemos ver en la imagen principal de este texto que data de 1890.

Por eso, la Catedral se convirtió en una de las obras más representativas del Virreinato. No en vano, su edificación inició con el colonizador Hernán Cortés y fue concluida cuando la guerra de Independencia estaba arrancando.

Los campaneros

Junto con la construcción de parroquias y catedrales, al arribo de los evangelistas a México, fue que en 1524 los primeros campaneros llegaron a México. Y desde entonces se practica el oficio en nuestro país.

Para ser campanero se necesita por lo menos un año para aprender todos los toques: los llamados a misa, El Ángelus, la Hora Nona (hora de la Misericordia que se toca a las tres de la tarde), los Laudes (al amanecer) y especiales de Semana Santa, Navidad, Corpus Christi y Año Nuevo.

Las lecciones van desde cómo golpear la campana fija con badajo hasta cómo utilizar un sistema de cuerdas que puede tañer varias campanas a la vez.

Y aunque se puede pensar que por esas razones para ser campanero se tendría que ser una persona mayor y con fortaleza física, lo cierto es que no es así. Pues, de acuerdo con una entrevista y crónica publicada el 7 de enero de 1921 en EL UNIVERSAL ILUSTRADO, a principios de los años 20 la Catedral Metropolitana —la cual cobraba 25 centavos por cada visitante— tuvo como campanero a un chiquillo de 12 años.

Aquella pieza periodística se titulaba “El pequeño Quasimodo de la Catedral” y daba cuenta de las narraciones de  José Moreno, como se llamaba el niño, de todos los suicidios de los que había sido testigo: “En cuatro años que llevo de repicar, por lo menos 10 se han dejado caer”, dijo José al reportero y al fotógrafo de esta casa editorial. El relato incluyó los nombres de cada suicida. El más impactante: el de la señorita Angelina Ruiz, una mujer muy hermosa, la describía José.

En aquel entonces las torres eran llamadas “María”, donde se encuentra la campana Santa María de Guadalupe, y “La Santa”, la mayoría se había lanzado al vacío de la primera, sólo un hombre llamado Antonio Moreno se lanzó de “La Santa”.

El cronista, que firmaba con el mote de “El monje de la Basílica”, refirió también que todas las campanas se llamaban Pedros, sólo la mayor se llamaba María. Y en muchas de ellas estaban grabadas inscripciones de los visitantes; algunos mensajes eran los adioses de los suicidas.

Así, también la Catedral ha contado con familias enteras de campaneros, como el caso de la familia Brena, la cual fue entrevistada por EL UNIVERSAL ILUSTRADO en 1924. El oficio pasó de generación en generación tanto en hombres como en mujeres en esa familia. Una herencia incalculable, dijo el señor Francisco de la Brena al reportero de este diario, pues “cualquiera diría que es muy fácil tocar las campanas. Y, sin embargo, se necesita un oído muy fino para acostumbrarse a conocer el compás y a medir los espacios del repique”, puntualizó el hombre que tenía 48 años en el momento de la entrevista y que era el campanero principal.

En la actualidad, de acuerdo con don Ángel, en la Catedral hay de 15 a 20 campaneros.


Reportaje de EL UNIVERSAL ILUSTRADO publicado en 1924, donde se cuenta la historia de campaneros de la familia Brena.

—¿Hay túneles en la Catedral? —le pregunta a don Ángel uno de los visitantes.

—No que yo sepa, sólo las criptas —responde.

Don Ángel se refiere, entre otras, a la Cripta de los Arzobispos, la cual se encuentra en los sótanos de la Catedral, justo abajo del Altar de los Reyes. En la entrada se encuentra una escultura en forma de ataúd de Fray Juan de Zumárraga, Primer Arzobispo del Nuevo Mundo.

Fue en 1937, cuando  el arzobispo Monseñor Luís María Martínez y Rodríguez ordenó la construcción de estas criptas justo debajo del altar principal para resguardo de los restos de cada uno de los arzobispos de la Arquidiócesis de México.

Aunque también en el subsuelo de la Catedral se reguardan decenas de vestigios prehispánicos, pues ésta fue construida sobre la gran pirámide de Quetzalcóatl. Algunos fueron encontrados durante las excavaciones de restauración, en 1940; pero no se exhiben al público porque no existen las condiciones de seguridad para su ingreso.

—¡Hay tanto que contar de este lugar! —afirma don Ángel.

Pienso que con el recorrido apenas pudimos conocer algunos datos de toda la historia que resguarda este recinto.

Mientras mirábamos el Zócalo desde el techo de la Catedral, unos minutos antes de que terminara la visita, recordé todo lo que miré en el interior de esta iglesia en el tiempo que esperé a que iniciara el recorrido. Miré impresionada el gran Coro donde se encuentran los órganos musicales del recinto, justo atrás del altar del Perdón; así como cada una de las capillas y altares.

No pude dar crédito al gran incendio que ardió en la Catedral el 17 de enero de 1967. Porque aquella quemazón destruyó el Altar del Perdón, el Coro, así como extraordinarias pinturas del siglo XVI, dos valiosos órganos y muebles de gran valor artístico. Reponer todo aquello resultó una labor titánica, pensé.


EL UNIVERSAL publicó al día siguiente del siniestro varias crónicas donde reportaba los daños.


Tras el incendio así lucía el hermoso Altar del Perdón.

Así, cuando finaliza la visita, don Ángel nos despide por las escaleras de la torre poniente. Comienza a prepararse para los grupos que nos seguirán y para los toques que restan del día. Nos dice adiós con una sonrisa. Bajamos 68 escalones de nuevo, ahora de la torre poniente. En el caracol de la escalera retumba el susurro de los secretos que guardan aquellos muros. La última despedida nos la dan las campanas del reloj que marcan las 12:30.

Fotos antiguas: Archivo de EL UNIVERSAL.

Fuentes: Visita guiada al campanario de la Catedral; charla con el campanero Ángel Miguel; folleto informativo de la Catedral  y archivo hemerográfico de EL UNIVERSAL.

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