A propósito de mi articulo de la semana pasada, una lectora me escribió diciendo que ella se negaba a aceptar que lo que había conseguido y logrado en su vida fuera producto de nada que no fuera su propia decisión y su propio esfuerzo, porque ella, así dijo, “es completa y absolutamente libre”.

Ese pensamiento lo tienen muchos. Lo tenía por ejemplo, la señora Marta Sahagún de Fox, quien gustaba de afirmar: “Yo hago lo que quiero, me visto como quiero, soy lo que decido”, lo tiene hoy un actor del cine español quien asegura que “hago lo que me pasa por los güevos”, y aparece en un anuncio de la televisión: “Soy de los que no dependemos de nadie para salir adelante”.

Por supuesto, eso no es cierto y decirlo no es más que señal de ignorancia, además de un narcisismo infantil.

Porque los seres humanos no estamos solos en este planeta, formamos parte de una sociedad, estamos situados dentro de ella. La supuesta “libertad” y la supuesta “autonomía” sólo son posibles dentro de los margenes que da la propia sociedad en cada momento histórico y en cada cultura. La libertad no es una situación natural y objetiva sino que depende de condiciones específicas y concretas, “más allá de la voluntad y hasta de la conciencia”, podríamos decir recordando a Marx.

Cada sociedad tiene valores, modos de funcionar y de actuar y las personas tienen que vivir de acuerdo a ellas, (aun si se rebelan, tienen que partir de ellas) porque nacieron y aprendieron eso y sus esquemas mentales solo pueden partir de allí. Lo cual, como escribió Tzvetan Todorov, “felizmente es así” porque no podríamos hacerlo solos, es algo que estaría muy por encima de nuestras fuerzas como individuos.

Entonces, cada persona en efecto se viste como quiere, pero sólo dentro de lo que es posible usar hoy, de la ropa que hoy se fabrica y se vende, e incluso si alguien se hiciera su propia ropa, solo lo podría hacer con los materiales que existen, ya sea siguiendo lo socialmente aceptado o oponiéndose a ello, que es la otra cara de la misma moneda, pero no podría ni imaginar algo completamente fuera de esos paradigmas.

Y esto mismo vale para todos los actos y decisiones, desde el trabajo hasta el enamoramiento, desde la comida hasta las lecturas, desde el modo de vida hasta la forma de relación con las amistades, e incluso, los sueños y deseos, la concepción misma de lo posible y lo pensable.

Ninguno de nosotros somos individuos aislados, pues como afirma Jean Cohen, la sociedad no es la suma de individuos autónomos y autosuficientes, sino un conjunto articulado de complejas relaciones. Y “el sistema de valores como cuerpo organizado de principios y reglas de preferencia, funciona como elemento fundamental en los procesos de selección de alternativas y de toma de decisiones”, y ellos se constituyen en el mecanismo —implícito y explícito— que impulsa y justifica nuestras conductas y que influye en la elección de los modos, medios y fines para la acción, dentro de los que están disponibles socialmente en cada momento histórico.

De modo pues que, en resumidas cuentas y como escribe Katha Pollit: “La mayoría de la gente quiere creer que actúa a partir de la voluntad y elección libres. La incómoda verdad es que tienen demasiado poco de ambas”.

Cuando la semana pasada escribí en este espacio de EL UNIVERSAL lo mucho que le debemos a las feministas, tanto los hombres y las mujeres en general, como cada uno en particular, es a esto a lo que me refería. Algunos podrán creer que ellos son completamente libres, pero la realidad es que esa libertad suya es solo posible porque las sociedades occidentales la han conseguido para sus ciudadanos y eso ha significado siglos de luchas y esfuerzos, que hoy encarnan en una persona que puede suponer que, porque tiene un cierto margen de acción y decisión, es libre y ella solita llegó a donde está.

Escritora e investigadora en la UNAM.
sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com

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