La esposa del actor George Clooney asiste a todas las fiestas de sociedad y se viste con carísimos vestidos, pero es famosa por ser una abogada que defiende derechos humanos.

La cantante ukraniana Jamala, que ganó el concurso Eurovisión el año pasado, llevaba un vestido espectacular para cantar sobre la limpieza étnica que hacían los rusos en Crimea.

Una actriz de Hollywood se presentó en la alfombra roja del festival de cine de Cannes y desde allí hizo un discurso para defender a una prisionera en Azerbaiján.

Desde siempre las personas ricas han organizado cenas y bailes para juntar dinero para ayudar a los pobres. La señora Marta Sahagún, cuando era primera dama de México, hizo un evento a favor de la infancia en el que cada ramo de flores que adornaba las mesas costó mas que los alimentos y vacunas que necesitaba un niño durante un año.

Pero por lo visto no parece haber contradicción entre vivir en el gran lujo y apoyar a los pobres y a los que sufren. La pregunta es: ¿sirve esto que hacen?, ¿convendría más, como piensan algunos, que no lo hicieran? ¿O por el contrario, como afirman otros, sería peor que así fuera?

Durante años se ha debatido si este tipo de acciones que alivian a unos cuantos, pero no resuelven el problema, son mejores que nada. Según Francisco Alberto González Hernández, son las únicas formas que tenemos los individuos para ayudar a los más desfavorecidos de la sociedad, pero también es cierto que implican, para quien puede darlas, un manejo de poder sobre bienes y recursos y sobre las decisiones de a quién se le da y a quién no, cómo y a cambio de qué. En ese sentido, son voluntaristas, selectivas, clientelares y volátiles, para quien las da y para quien las recibe, no exigibles y sólo agradecibles, creando muchas veces una situación de indignidad, cuando no de franca humillación.

Algunos piensan que debe existir la mínima coherencia, o dicho de otro modo, que no se puede defender a los animales y comer carne, o hablar en contra de las guerras y tener inversiones en fábricas de armas o, para seguir con los ejemplos citados, vivir en el lujo y considerarse defensor de los pobres.

Para otros esto no es problema, pues se trata de luchar por la muerte digna de los animales que se comen y por tener más dinero para ayudar a otros, no importa de qué forma se lo consigue.

Según la filósofa Agnes Heller, este tipo de acciones no son sino “tomar de los vencedores una cierta cantidad de despojos para distribuírlos entre los perdedores”, pero según la periodista Andi Zeisler: “Hay que valorar en su justa medida la aportación de los personajes famosos a causas”, aunque ella misma dice que “se limitan a ofrecer un mensaje seductor”, siendo que los problemas de los que hablan “ni son sencillos ni entretenidos”.

Entonces, ¿mejor que no hicieran ni esto?

El filósofo Peter Singer parece ofrecer una solución al dilema. Dice que necesitamos pensar en la efectividad de lo que hacemos, para que el dinero y esfuerzo que donamos realmente consiga hacer cambios: “Si uno le da dinero a una persona que recoge perros callejeros o a un refugio para los que no tienen techo, son sin duda buenas causas, pero la misma cantidad de dinero y esfuerzo sería más efectiva si se usara para prevenir enfermedades en los países pobres”.

No todos están de acuerdo con esta idea de la eficiencia utilitaria o de sólo valorar las acciones a gran escala. Mía Farrow, Angelina Jolie y Madonna han adoptado niños huérfanos de países en guerra, otros recogen animales maltratados, el papa Francisco fue a la isla griega de Lesbos a visitar a los refugiados que querían llegar a Europa desde los países del Medio Oriente y se llevó con él a tres familias. Para ellos, las acciones pequeñas también son importantes. Estimados lectores, les deseo feliz año y los dejo con esta duda, a ver si ustedes le encuentran respuesta.

Escritora e investigadora en la UNAM.
sarasef@prodigy.net.mx, www.sarasefchovich.com

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