Todos los días somos testigos o nos enteramos del maltrato a los animales. Niños que le prenden un cohete en el ojo a una perrita en Jalisco; jóvenes en Colima que orgullosos de su logro, suben ellos mismos a las redes sociales un maltrato tan brutal a un perro callejero, que los aullidos de dolor del animal traspasan el frío espacio virtual; una muchacha en la Ciudad de México que avienta a su propio perro contra la pared y un viejo que encierra al suyo en un costal y lo arroja a un basurero; vecinos que saben de un tipo que tiene varios perros encerrados, a los que golpea sin piedad hasta dejarlos ciegos, sordos o muertos; niños campesinos que para divertirse apedrean a un burro al que amarran a un árbol; una periodista española que relata el horror que es San Bernabé, un lugar en el Estado de México al que llevan animales que ya nadie quiere, enfermos, lastimados, y a los que tratan con crueldad. Y qué decir de los rastros o de los comercios donde venden animales, o de las peleas de perros en las que el castigo para el perdedor es apalearlo hasta morir y el premio para el ganador es nunca curarle las heridas.

Pero no se crea que solamente los “malos” maltratan animales. Hay personas que se consideran buenas, decentes, trabajadoras, y no por eso les parece mal dejar al perro en la azotea de su casa, bajo el sol o la lluvia y olvidándose durante días de darle de comer, o encerrado en el automóvil mientras hacen sus ocupaciones o amarrado siempre a un poste. O tener pájaros en una jaula pequeñísima en la que no pueden ni moverse.

El ejemplo más reciente de estas personas “decentes” es el rejoneador Emiliano Gamero, que fue filmado cuando golpeaba brutalmente nada menos que a su propio caballo, que es su compañero de trabajo y a quien le debe su pan de cada día. Cuántas veces lo habrá hecho, no lo sabemos, pero seguro no fue la primera, donde el animal lo pateó cuando lo quiso acariciar.

Cada vez que me entero de estas cosas, me pregunto donde están los buenos, esos del partido político que se adornan diciendo que protegen y cuidan a la naturaleza y que son culpables de haber conseguido (por la ceguera, el desinterés y la ignorancia de nuestros diputados y senadores) una ley que prohibió el empleo de animales en los circos, con lo cual le hicieron el mayor daño posible a los pobres tigres, jirafas, elefantes y serpientes que fueron abandonados, sacrificados o mal vendidos. Como dijo hace unos meses un diario de circulación nacional que investigó el destino de estos seres: “80% de los animales de circo murió”.

Esos señores tan buenos, a los que les importan tanto los animales, son los mismos a los que no hemos escuchado protestar por las corridas de toros y las peleas de gallos, porque atrás de ellas hay fuertes intereses económicos que los hacen quedarse calladitos o quizá hasta participar de las ganancias. Tampoco los hemos escuchado hacer ningún esfuerzo por mejorar las condiciones de la cría de aves o de cerdos ni preocuparse por las maneras de matanza en los rastros. Ni por acabar con costumbres populares en las que maltratan severamente a los animales, como la que se lleva a cabo con los chivos en Tehuacán, Puebla o con animales pequeños en Izamal, Yucatán o con toros en varias zonas de Veracruz.

Y por fin, tampoco hemos oído que hagan algo para que se castigue a los maltratadores. Y ya es hora de que haya castigo, porque como sabemos, la impunidad hace que estas conductas se reproduzcan y vaya aumentado su grado de violencia.

Habría que castigar a los que maltrataron a la perrita en Tlaquepaque, pues se sabe bien quiénes son. Y a los empleados de San Bernabé. Y al infeliz de Emiliano Gamero, confiscarle los caballos y negarse a trabajar con él como rejoneador. El mensaje tiene que ser claro y fuerte, pero ¿dónde están los buenos del partido verde dispuestos a hacerlo?

Todos los días somos testigos o nos enteramos del maltrato a los animales. Niños que le prenden un cohete en el ojo a una perrita en Jalisco; jóvenes en Colima que orgullosos de su logro, suben ellos mismos a las redes sociales un maltrato tan brutal a un perro callejero, que los aullidos de dolor del animal traspasan el frío espacio virtual; una muchacha en la Ciudad de México que avienta a su propio perro contra la pared y un viejo que encierra al suyo en un costal y lo arroja a un basurero; vecinos que saben de un tipo que tiene varios perros encerrados, a los que golpea sin piedad hasta dejarlos ciegos, sordos o muertos; niños campesinos que para divertirse apedrean a un burro al que amarran a un árbol; una periodista española que relata el horror que es San Bernabé, un lugar en el Estado de México al que llevan animales que ya nadie quiere, enfermos, lastimados, y a los que tratan con crueldad. Y qué decir de los rastros o de los comercios donde venden animales, o de las peleas de perros en las que el castigo para el perdedor es apalearlo hasta morir y el premio para el ganador es nunca curarle las heridas.

Pero no se crea que solamente los “malos” maltratan animales. Hay personas que se consideran buenas, decentes, trabajadoras, y no por eso les parece mal dejar al perro en la azotea de su casa, bajo el sol o la lluvia y olvidándose durante días de darle de comer, o encerrado en el automóvil mientras hacen sus ocupaciones o amarrado siempre a un poste. O tener pájaros en una jaula pequeñísima en la que no pueden ni moverse.

El ejemplo más reciente de estas personas “decentes” es el rejoneador Emiliano Gamero, que fue filmado cuando golpeaba brutalmente nada menos que a su propio caballo, que es su compañero de trabajo y a quien le debe su pan de cada día. Cuántas veces lo habrá hecho, no lo sabemos, pero seguro no fue la primera, donde el animal lo pateó cuando lo quiso acariciar.

Cada vez que me entero de estas cosas, me pregunto donde están los buenos, esos del partido político que se adornan diciendo que protegen y cuidan a la naturaleza y que son culpables de haber conseguido (por la ceguera, el desinterés y la ignorancia de nuestros diputados y senadores) una ley que prohibió el empleo de animales en los circos, con lo cual le hicieron el mayor daño posible a los pobres tigres, jirafas, elefantes y serpientes que fueron abandonados, sacrificados o mal vendidos. Como dijo hace unos meses un diario de circulación nacional que investigó el destino de estos seres: “80% de los animales de circo murió”.

Esos señores tan buenos, a los que les importan tanto los animales, son los mismos a los que no hemos escuchado protestar por las corridas de toros y las peleas de gallos, porque atrás de ellas hay fuertes intereses económicos que los hacen quedarse calladitos o quizá hasta participar de las ganancias. Tampoco los hemos escuchado hacer ningún esfuerzo por mejorar las condiciones de la cría de aves o de cerdos ni preocuparse por las maneras de matanza en los rastros. Ni por acabar con costumbres populares en las que maltratan severamente a los animales, como la que se lleva a cabo con los chivos en Tehuacán, Puebla o con animales pequeños en Izamal, Yucatán o con toros en varias zonas de Veracruz.

Y por fin, tampoco hemos oído que hagan algo para que se castigue a los maltratadores. Y ya es hora de que haya castigo, porque como sabemos, la impunidad hace que estas conductas se reproduzcan y vaya aumentado su grado de violencia.

Habría que castigar a los que maltrataron a la perrita en Tlaquepaque, pues se sabe bien quiénes son. Y a los empleados de San Bernabé. Y al infeliz de Emiliano Gamero, confiscarle los caballos y negarse a trabajar con él como rejoneador. El mensaje tiene que ser claro y fuerte, pero ¿dónde están los buenos del partido verde dispuestos a hacerlo?

Escritora e investigadora en la UNAM.

sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.c om

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