En su libro The upside of irrationality, publicado en 2010, Dan Ariely escribe que entre más grande es lo que está en juego, más la regamos, más tonterías cometemos, mas irracionalmente nos portamos.

Eso es exactamente lo que sucedió hace unos días con el escándalo que se desató por la forma como el titular de la Sedesol le contestó a una diputada que en su comparecencia lo acusó de ignorante en el tema de la pobreza y lo emplazó a estudiar sobre lo que se supone que le corresponde atender.

De un partido y de otro, políticos e intelectuales, hombres y mujeres, todos se mostraron indignados por dicha respuesta y se solidarizaron con ella (nadie nunca se solidariza con los funcionarios).

No me cabe duda de que lo que dijo Araceli Damián respecto a la pobreza sea correcto, pues justamente es una académica experta en el tema, y tampoco me cabe duda de que Luis Miranda no estuvo a la altura de lo que corresponde tanto a su cargo como al hecho de estar frente al Congreso, pero me parece que el escándalo fue exagerado.

Recriminar a nuestros funcionarios porque no han podido ya no digamos resolver, ni siquiera paliar o atender adecuadamente el tema de la pobreza tiene razón de ser, pues llevamos en eso un siglo de promesas y de fracasos. Pero generar un ruido tan enorme sobre algo lateral al tema, me parece fuera de foco en relación con lo importante, como diría Ariely.

Y ese es el caso. Porque lo importante no es pelear con los funcionarios, no es hacer evidente su ignorancia o sus intereses, no es convertir en algo personal lo que es una cuestión social y legal, sino efectivamente resolver los problemas.

El de la pobreza por supuesto, y muchos otros que están en juego en este momento en el Congreso y sobre los que no escuchamos tanto ruido de parte de legisladores, partidos, intelectuales y ciudadanos ofendidos.

Por sólo mencionar algunos, está la muy grave propuesta del senador José Luis Preciado de que se permita a los ciudadanos poseer y portar armas; o la atención urgente que merecen los migrantes, tanto los mexicanos que se van al norte como los no mexicanos que llegan a nuestro territorio por la frontera sur y a los que tratamos tan mal o peor de lo que tratan a los nuestros en Estados Unidos; o las obligaciones y derechos de los soldados que son los que llevan la peor parte en la lucha contra el narcotráfico; o el asunto del fuero que ha permitido que tantos gobernadores escapen a la justicia; o el maltrato a los animales que está tan extendido y se maneja con pura hipocresía, porque los animales de circo terminaron abandonados y muertos por una ley absurda propuesta por quienes en cambio, no han sido capaces de evitar las peleas de perros y gallos y las corridas de toros, porque no se atreven a meterse con los grandes intereses económicos que hay atrás de ellas y, es más, ni siquiera hacen nada por el trato a los animales en los rastros y en sitios como San Bernabé en el Estado de México que Eruviel Ávila hace como que no ve y no oye y no sabe. Contra eso es contra lo que habría que gritar y encaminar nuestros enojos y solidaridades.

Y algo más: así como se pide la renuncia de funcionarios que no saben lo suyo o que no lo hacen bien (algo tan de moda que si se les hiciera caso a quienes lo invocan un día sí y otro también, ya no quedaría nadie en su puesto —desde el Presidente de la República, los secretarios, jueces y procuradores hasta los gobernadores, presidentes municipales y delegados en la CDMX), ¿por qué no pedir lo mismo para diputados, senadores, asambleístas que tampoco cumplen? ¿Quién le exige a nuestros representantes rendición de cuentas no sólo económicas, sino de eficiencia en aquello para lo que ocupan las curules? ¿Y quién pide su renuncia? Nadie que yo sepa. Y muchos son tan impresentables como los funcionarios a los que persiguen con tanta saña.

Escritora e investigadora en la UNAM.

sarasef@prodigy.net.mx

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