Como a muchos, no me gusta lo que está sucediendo en el país. Es más, me asusta.

Evidentemente, lo principal, el crecimiento exponencial de la delincuencia. Parece como si cada vez a más ciudadanos les pareciera mejor robar y extorsionar que trabajar. Y los que aún seguimos en el segundo camino, resultamos unos estúpidos, atosigados por la burocracia de todo tipo y nivel.

Pero también por lo que se ha convertido el gobierno. Me resulta extraña (por decirlo suavemente) la manera de enfrentar los problemas: por un lado la necedad, por el otro la inacción. Aquella va desde imponer reformas hasta recibir a gente non grata, y ésta va desde aguantar lo que cualquier grupo corporativo decida hacer, sin importar cuánto afecta a los demás, hasta pretender resolverlo todo cambiando funcionarios. Por un lado, no escuchar a nadie fuera del círculo íntimo, por otro, escuchar demasiado a los medios y a las redes sociales.

También por lo que son hoy los medios de comunicación, que dan pie o se prestan a las cacerías de brujas, inventan y tergiversan, se dedican a buscar culpables así los tengan que fabricar y no les importan ni la verdad, ni los derechos humanos, ni la privacidad.

Y por fin, por lo que se han convertido los ciudadanos, que por un lado exigen respeto a sus derechos, transparencia y libertad de expresión y por el otro castigan eso en los demás, y pretenden imponer su opinión con la grosería y la persecusión. Y encima, igual que el Presidente, creen que todo se resuelve con que todo mundo renuncie.

Para salir de estos hoyos, no encuentro otro camino que asumir las propias responsabilidades: las familias de los delincuentes deben detenerlos, los medios dejar de exacerbar los ánimos.

Al Presidente le pido que se percate de que los funcionarios deben ser (o al menos parecer) personas honestas y amables, que están allí para servir a los ciudadanos. Esto parecería lógico y sencillo, pero no lo es. El ex secretario Videgaray y el ex jefe del SAT, el secretario de Educación y el de Obras, son arrogantes y cuando no ignoran completamente a los ciudadanos, los persiguen, amenazan y atosigan.

Un ejemplo de lo importante que es esto lo tenemos en la PGR. El ex procurador Murillo tuvo tan pésima relación con los ciudadanos, que incluso borró los posibles aciertos de su trabajo. En cambio, la señora Gómez, parece una buena persona y esto hasta ha hecho que se deje de lado la cuestión de la eficacia o no de su trabajo y de los resultados. Lo mismo sucede con el secretario de Gobernación: es quien ha llevado la peor parte, acusado por todo y por todos, pero finalmente es quien ha negociado lo más difícil. El nuevo secretario de Hacienda entra en esta categoría, por eso ha sido chile de todos los moles y, recientemente en la Sedesol, resolvió con discreción llevar alimentos a Oaxaca cuando los bloqueos. ¿Por qué entonces no buscar lo mismo con los otros que resultan tan irritantes?

Por lo que se refiere a los ciudadanos, también es hora de darnos cuenta de la responsabilidad que nos corresponde. Pero en serio, no sólo dar gritos. Uno de mis lectores me ha contado que está promoviendo una marcha para que se destituya al Presidente. Esta convocatoria ha empezado a correr en las redes sociales.

Me parece un error grave. No somos España, no podemos vivir sin gobierno, no somos Brasil, en donde se puede dar un golpe de Estado y que la vida siga. Aquí necesitamos gobierno. Y gobierno entre nosotros es siempre de arriba para abajo. Así es nuestra cultura. Nada se mueve de otra manera. Requerimos de autoridad.

Precisamente lo que nos ha sucedido es que no la estamos teniendo. Y eso desconcierta a muchos y a otros les da permiso para sus desmanes. Por eso la solución, a mi juicio, no es acabar de destruir lo que queda de ella, sino al contrario, darle las herramientas para que cumpla adecuadamente con sus tareas.

Escritora e investigadora en la
UNAM. sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.c om

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