Mi tercera carta decembrina la dirijo a quienes gobiernan la capital.

Primero, a los delegados, que hacen lo que les viene en gana y no hacen lo que tienen que hacer.

Así, mientras en las calles hay basura, falta de iluminación, baches y banquetas intransitables, los señores se gastan el dinero en obras que simplemente no son necesarias o peor aún, que de plano le complican la vida a los ciudadanos.

Por ejemplo, cuando deciden quitarle un carril a una calle de las de por sí congestionadísimas que tenemos, o tirar árboles centenarios porque les parece que luce más una explanada de concreto, o poner una estatua de alguien a quien consideran prócer o una fuente que en unos cuantos días va a quedar abandonada y seca, o cuando cambian sentidos de circulación y autorizan espectáculos ruidosos, en fin, todo lo que cotidianamente tenemos que soportar los ciudadanos, porque estos señores y señoras hacen lo que se les ocurre, sin atender a las necesidades y prioridades, sin escuchar los reclamos y solicitudes de los habitantes y lo que es peor, sin que nadie evalúe jamás su trabajo.

Por supuesto, nunca lo van a reconocer. Cuando hace unos días la gran escritora Elena Poniatowska reclamó a la delegación por las obras de ampliación del parque de la Bombilla en San Ángel, la respuesta oficial fue que esas obras se habían hecho con anuencia de los vecinos que acudieron a las reuniones organizadas por ellos. Suponiendo que existiera tal anuencia, ella fue de 10 personas por reunión, que sin embargo, le echaron a perder la vida a miles.

Y por lo menos a ella se dignaron responderle, porque unos días antes alguien se había quejado de la destrucción del parque Pushkin en la colonia Roma y ninguna autoridad intentó siquiera una explicación.

Segundo, al jefe de Gobierno, para reiterarle que el tráfico es hoy la principal dificultad de vida para los capitalinos y que la pérdida de tiempo por ese motivo afecta a la economía, a la salud, a la educación, a la familia.

Y si bien es cierto que ello se debe a que somos muchos, también se debe a serios errores en la organización y control del flujo vehicular, tanto de los transportes públicos que se paran a subir y bajar pasaje, dan vuelta y hacen sus bases donde les viene en gana, como de los de servicio y distribución, que bien podrían hacer su trabajo durante las noches, y tanto de los autos particulares que se estacionan en doble y triple fila y creen que porque prenden sus intermitentes ya es suficiente, como de las bicis y motos que van en sentido contrario y no respetan los semáforos. Y se debe también a fallas como la de señalizar adecuadamente, algo que no existe, o la de organizar el tráfico cuando se cierra una vía por cualquier razón, algo que nunca hacen, o la de impedir el apartado de banquetas y el cierre de calles con plumas y casetas.

Además, es necesario reconsiderar la autorización de construcciones y negocios en lugares sin vialidades ni estacionamientos y decidirse, sin temor a las consecuencias políticas, a controlar marchas, plantones, mercados, espectáculos, fiestas por igual de pueblo que de ricos que agandallan la vía pública.

El otro problema grave que urge atender es la contaminación. Ya no se nos informa sobre este asunto, no se cierran empresas ni se detienen transportes contaminantes, simplemente se ignora el asunto aunque en foros internacionales pretendan que se ocupan de él.

El regalo de fin de año para los habitantes de esta ciudad sería que los delegados recuerden que son servidores públicos y cumplan el trabajo que les corresponde hacer, y que el gobierno de la capital intervenga seriamente para organizar el tráfico vehicular (lo cual requiere más que lanzar un nuevo reglamento) y para hacer algo efectivo respecto a la contaminación. Sin duda hay muchos otros asuntos graves que atender, pero sin resolver éstos, la ciudad va a colapsar.

Escritora e investigadora en la
UNAM. sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com

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