Hace años tuve una alumna que vino a México huyendo de su país, porque había pertenecido a la ETA y ya no quería seguir en eso.

Llegó con un bebé y entró a estudiar a la UNAM. Para cuando terminó su carrera, hizo su tesis y se recibió, el pequeño rondaba los cinco años.

Un día no supe más de ella. Según se decía, había decidido volver a España pues extrañaba su tierra y a su familia.

Tiempo después me enteré por conocidos comunes, de que un día, mientras estaba sentada en un parque cuidando a su hijo que correteaba y jugaba, se le acercó alguien y le dio un tiro en la nuca. En la nota que dejaron sobre su regazo quedaba muy claro que la organización no estaba dispuesta a perdonar el abandono y así pasaran cien años, se vengaría de ello.

Sin embargo, el otro lado sí parece más dispuesto a olvidar. Es el caso de una mujer etarra que asesinó, también de un tiro en la nuca, a un militar español en 1981 y a la que se le atribuyen otros varios asesinatos y participación en diversos atentados, pero que un día decidió dejar las armas y huir de España.

Recaló en México, en Ensenada, Baja California, donde vivió durante 14 años regenteando un restorán de cocina tradicional vasca. Cuando detuvieron a su pareja, huyó a Bélgica, donde ahora vive tranquila y es una reputada cocinera y maestra de cocina, que “sirve caterings en las fiestas de políticos, abogados, artistas y jueces”, se codea con rostros conocidos, está en las redes sociales y sin temor alguno se retrata para los medios. ¡Incluso se ha vuelto defensora de los delfines contra quienes según ella los masacran! Esta no es una historia inventada, apareció recientemente en el diario español El Mundo.

La idea de que alguien puede ser asesino y no pagarlo, con por lo menos una estancia en prisión, parece más normal hoy que nunca. Por ejemplo, en la serie española para televisión que se llama Gran Hotel, hay varios personajes que tienen en su haber asesinatos, robos de infantes y otras maldades y que andan tan tranquilos por la vida sin pagar sus fechorías. Una de ellas hasta se desempeña como la feliz esposa de un sujeto que es alcalde de una importante ciudad y ni siquiera se habla de su pasado.

¿Qué es primero, la realidad o la ficción?

Ya no sé si la serie la copiaron de la realidad o la realidad copia a la ficción. Pero al menos en los cuentos para niños y en las películas de Hollywood, siempre encuentran al asesino y siempre lo hacen recibir el merecido castigo, mientras que en la realidad y en los nuevos modelos de la ficción todo indica que no es así.

¿Puede alguien que ha sido terrorista vivir como si nada? Y más que preguntarse si puede, ¿merece vivir como si nada?

Son preguntas difíciles de responder. En Argentina y Chile, en Sudáfrica, en Israel y Palestina, en Turquía, la sociedad entera se las ha planteado: ¿Basta con arrepentirse de haber sido un militar que mandó torturar? ¿O con pedir perdón a los parientes de las víctimas? ¿Es suficiente con decir desde hoy ya no quiero ser terrorista y que por eso se pueda olvidar cuando lo fue? ¿O decir que se actuó así porque los jefes lo ordenaron, sean nazis, terroristas, soldados o sicarios?

Evidentemente, no tengo respuesta a estas preguntas. Sólo sé que a mi alumna no le dieron la oportunidad de elegir respuesta, pero está visto que a otros sí.

Lo que sí sé, es que se trata de un tema que en México tenemos que empezar a considerar, pues nos están apareciendo sujetos que tienen registrado en su celular las torturas y asesinatos que cometen y cuyo único argumento defensivo es que se los ordenaron. Y tenemos también personajes para quienes matar o mandar matar es parte del modo de funcionar y que sin embargo, no quieren que los castiguen y huyen y se esconden, y muchas veces hacen esto no sólo con la complicidad de los suyos, sino con el regocijo de otros que lo festejan y aplauden.

Escritora e investigadora en la UNAM

sarasef@prodigy.net.mx

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