Participé la semana pasada en un encuentro de responsables de programas sociales de 18 países africanos. El contexto es diferente, pero muchos temas son comunes. Quizá lo más llamativo es la coincidencia en cómo los políticos buscan efectos rápidos frente a la pobreza.

La realidad es que no hay “varita mágica” o atajos para reducir pobreza. Pero sí hay algunas acciones que pueden ser efectivas, de costo bajo y efecto inmediato. Una de ellas, poco difundida en nuestro país, es garantizar el Desarrollo Infantil Temprano (DIT).

Las capacidades cognitivas y socioemocionales se forman, sobre todo, durante los primeros mil días de vida. Desde el vientre materno hasta los tres años de edad. Por eso el DIT constituye la mejor inversión para el desarrollo de capital humano y para lograr movilidad social.

Lo contrario del Desarrollo Infantil Temprano (DIT) es la desnutrición, el retraso en el crecimiento y la falta de estimulación.

En México, el problema más grave para el DIT es la desnutrición crónica, que se manifiesta en baja talla para la edad. El “termómetro” para detectarla es no crecer lo suficiente en los primeros años de vida. A nivel nacional, 14% de los menores de cinco años presenta baja talla para su edad.

La relación de la falta de DIT con la pobreza extrema es evidente. La prevalencia de baja talla o desnutrición crónica es lo doble del nacional tanto en las localidades rurales del sur (27.5%) como para niños y niñas de hogares del quintil más pobre (26%).

¿Quién es responsable del DIT en México? Ciertamente no la SEP, que recibe a niñas y niños entre los tres y los cinco años en el nivel preescolar. Cuando ya se formaron sus capacidades cognitivas y socioemocionales. Cuando los mil días ya pasaron.

Hoy nadie parece ser responsable del DIT. En el Senado hace poco comentaban que no hay políticas públicas para la primera infancia. Les recordé que varias acciones importantes para el DIT son parte del “paquete básico” de prevención y promoción de la salud desde los años 90. De hecho, ese paquete lo debieran recibir de manera obligada las familias beneficiarias de Prospera.

Las acciones del “paquete básico” de México son de costo mínimo y su efecto mayúsculo. Se requiere orientación nutricional para la lactancia exclusiva por seis meses y la alimentación complementaria a partir de ahí; prevención de enfermedades, medir peso y talla. El paquete de Prospera también incluye la provisión de micronutrientes: vitaminas, minerales y ácido fólico para mujeres embarazadas y menores de tres años.

Entonces, ¿por qué casi no se redujo la desnutrición crónica entre 2006 y 2012, especialmente entre los pobres? ¿Por qué casi nadie sabe que sí hay una política pública para la primera infancia? ¿Hay alguien en la Secretaría de Salud que le interese el DIT y enfrentar la desnutrición crónica? ¿Y en la sociedad civil?

Ahora que UNICEF y Coneval nos han despertado a la realidad de la magnitud de la pobreza infantil, se podría empezar por priorizar los “primeros mil días” de vida.

México tiene todas las condiciones para erradicar la desnutrición crónica. La Secretaría de Salud sabe cómo. Así como se lograron la vacunación universal y como se redujeron las muertes por diarrea gracias al “vida suero oral”.

En varios países el DIT lo promueve mucho la sociedad civil. Aplican modelos participativos de desarrollo comunitario y apoyo entre “pares”, madres que apoyan a otras madres.

Con acciones comunitarias de prevención y promoción de la salud se podría lograr un nuevo paso frente a la pobreza: un paquete renovado de DIT, incluyendo estimulación temprana, durante los primeros mil días. Priorizando las comunidades indígenas y las localidades rurales del sur del país. Y que incluya prevención de sobrepeso y obesidad. Porque, paradójicamente, ya son también un problema creciente.

Consultor internacional en programas sociales

@rghermosillo

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