Hubo tiempos en que pueblos enteros se desplazaban en busca de mejores condiciones de vida o asolados por ejércitos bárbaros. Fue la era de los éxodos que desembocaron en grandes civilizaciones y desplegaron enormes influencias culturales. Los flujos migratorios han sido el eje del poblamiento humano y de las sociedades multiculturales. La coexistencia entre estilos de vida sedentaria y migratoria ha ocurrido durante todos los periodos de la historia.

La relación entre los medios disponibles y el crecimiento demográfico ha sido una ecuación resuelta desde hace siglos. Existen evidencias científicas y avances tecnológicos que podrían conducir hoy a la distribución racional del hábitat. Sin embargo, la reimplantación de un modelo colonial ha destruido los tejidos sociales de los países subordinados, sin que se hayan creado instrumentos supranacionales para compensar las desigualdades.

Lo más paradójico de la actual globalización es que se desplazan los bienes, los servicios y los capitales, al tiempo que se excluye el libre tránsito de los seres humanos. La principal causa de los desplazamientos contemporáneos es el “capitalismo salvaje” que concentra en algunas regiones beneficios incalculables y establece enormes distancias económicas con los países de la periferia.

La crisis humanitaria que amenaza a la Unión Europea por las oleadas de migrantes y refugiados provenientes de África y Medio Oriente, ha planteado radicalmente los límites de la integración. De la Europa comunitaria surgen opiniones encontradas: quienes pugnan por abrir centros de refugiados en todo el continente y la corresponsabilidad de los países en la absorción de los migrantes, así como la consecuente ampliación de la Zona Schengen; por otro lado, las actitudes antimigrantes que exigen atrincherar la zona de libre movilidad de las personas y restringir, bajo controles policiacos, la entrada de migrantes.

Ambas visiones han generado intensos debates entre los países de la UE, que ha sustituido el “Diálogo del Mediterráneo”, por la emergencia de la migración. Los principales líderes europeos insisten en “una solución sostenible, apegada a los derechos humanos y coherente con los principios que dieron origen a la Unión”. En Estados Unidos es audible el silencio de los responsables políticos frente al oportunismo xenofóbico y mendaz que niega los fundamentos mismos de la composición de la Unión Americana; alentado por el discurso del odio, que en la versión acusatoria de Trump, está sembrando las semillas de la violencia hacia los mexicanos.

No hay espacio para la reflexión sobre las consecuencias objetivas del TLCAN, que abrió los mercados laborales, pero no aceptó sus consecuencias jurídicas y humanas y a diferencia de otros tratados de integración, no contempló el libre tránsito de las personas. Como resultado de una relación hipócrita y profundamente asimétrica, se han trasladado más de 12 millones de mexicanos; 9 de ellos después de la firma del instrumento.

El éxodo es alimentado no sólo por la caída brusca del crecimiento y el aumento del desempleo en México, sino por el desplome del salario que en los últimos 20 años ha cambiado su relación con Estados Unidos de 5 a 1 a 15 a 1. Obturada la movilidad social, los mexicanos y centroamericanos alientan la esperanza de que en una sola generación pueda producirse un ascenso sustantivo, que entre nosotros, tardaría hipotéticamente varias en ocurrir.

Nuestras comunidades suman cerca de 30 millones de personas y forman el 29 por ciento de toda la población migrante que, junto con el 22 por ciento de los otros latinos, hacen más de la mitad. A mediados de siglo uno de cada tres nacidos en EU será “hispano”. Ello explica el recrudecimiento de la xenofobia, los muros inocuos, la violación de los derechos humanos y la impotencia del gobierno norteamericano para hacer aprobar la reforma migratoria.

Debiéramos asumir una posición categórica en defensa de los mexicanos en el exterior y de los migrantes en nuestro territorio —la “frontera vertical”— que son víctimas de incontables abusos y de la supresión de su tránsito por cuenta ajena. Establecer constitucionalmente que la nación mexicana trasciende sus fronteras territoriales y reconoce el derecho humano a la migración. Asegurar el derecho universal al voto y la representación política de los residentes en el extranjero. Construir una patria grande como clave del destino nacional y del respeto a nosotros mismos.

Comisionado para la reforma política del Distrito Federal

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