Acaba de morir Mário Soares, como de un tajo, sin haber conocido la decadencia. Fue ejemplo de longevidad política, por la lozanía de su pensamiento y la templada bonhomía de su carácter. La personalidad testimonial más lúcida del ocaso de las dictaduras occidentales y los imperios coloniales; dio nacimiento a las transiciones democráticas contemporáneas y padeció los estragos del neoliberalismo. Hombre síntesis del mundo contemporáneo.

Mário fue en muchos sentidos mi hermano mayor. Lo conocí en 1976, cuando el presidente de la Internacional Socialista Willy Brandt nos encomendó anudar vínculos orgánicos entre partidos políticos afines de Europa y América Latina. Compañero desde entonces en innumerables conferencias internacionales, convivimos con particular intensidad durante su estadía en el Parlamento Europeo y sufrí las desventuras de su intento frustrado por volver a la presidencia de Portugal en 2006. A raíz de una conversación que sostuvimos en Quito en 1988, fue el único mandatario que se abstuvo de enviar un mensaje de reconocimiento cuando sobrevino el fraude electoral en México.

Demócrata fue el adjetivo que mejor lo definió. Ajeno a cualquier violencia, dedicó su intensa trayectoria a la edificación de una paz justa. La última ocasión que convivimos en Lisboa para un debate sobre los cambios políticos de Latinoamérica, me mostró la fundación Mário Soares, de ambiciones casi alejandrinas; recoge archivos y documentos que abarcan sesenta años de actividad , más de un millón 200 mil testimonios escritos y cerca de 500 mil imágenes. Lejos del culto a la personalidad, el respeto a la historia como espacio vivo y legado pedagógico.

Su fraternal compañero Raúl Morodo lo describió como “singular combinación de hombre de reflexión y de acción —lector incansable, autor de libros y periodista combativo. Utopía y pragmatismo se conjugaban en la defensa radical de los principios democráticos y su flexibilidad para la convivencia. Descolonizar y asentar relaciones cívicas pluralistas fueron sus objetivos como hombre de Estado”.

Surgido de los combates estudiantiles contra el régimen salazarista, evolucionó de su original militancia marxista hacia su definición como socialista democrático. Joven abogado, defensor de los derechos humanos y columnista clandestino bajo el seudónimo de Carlos Fontes, por mera coincidencia con el nombre del escritor mexicano, colaboró en todos los intentos de aglutinación intelectual y política contra la dictadura, fue repetidamente sometido a la prisión o condenado al exilio.

Ocurrida la Revolución de los Claveles se integra, en tanto “garantía de las libertades”, a los gobiernos de cambio y funge en tres ocasiones consecutivas como ministro portugués de Relaciones Exteriores. Promueve drásticamente la independencia de las antiguas colonias, cuyos principales dirigentes habían sido sus aliados en la lucha contra la opresión, por lo que adquiere perfiles de patriarca en los países del tercer mundo.

Secretario general del Partido Socialista, es designado Primer Ministro en 1976 y en 1983. Ocupa posteriormente la Presidencia de la República de 1986 a 1991 y es reelecto para un segundo mandato de 1991 a 1996. A lo largo de los años que siguieron, nuestras conversaciones se multiplicaron y se acendró nuestra convicción de que la causa de la igualdad humana está globalizada, por lo que es inasequible librarla exclusivamente dentro del plano nacional. Esos son los temas a los que aludió centralmente en el prólogo que escribió para mi libro La vía radical en 2011.

Por mi parte publiqué unas notas sobre su libro Elogio de la política, una pertinente reflexión moral dedicada a los jóvenes. Sostiene que en los regímenes autoritarios, hablar mal de la política era un deber porque equivalía a cuestionar los sistemas imperantes. En cambio la crítica de la política es el aliento respiratorio de las democracias y exige un comportamiento estricto de quienes a ella se dedican. Es un termómetro de la congruencia ideológica, pero también del ejemplo público. Denuncia que las llamadas democracias liberales han sido corroídas por la crisis de valores y la invasión del dinero. Aboga por una recuperación de la política que combine “la ambición individual con el desinterés y la inserción en la realidad con la integridad del ideal”. Esa fue su herencia mayor.

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