Los días dedicados al amor, al padre, la madre o el compadre han sido signados por intereses comerciales a fin de estimular el consumismo. En cambio, aquellos señalados por las instituciones oficiales invitan a una severa reflexión sobre los avances alcanzados y los desafíos pendientes sobre temas cruciales para el país y para la humanidad. El 8 de marzo de 1975, la ONU decidió instaurar el Día Internacional de la Mujer, no como pretexto de celebraciones fatuas, sino como motivo de análisis sobre el estado en que se encuentran problemas sociales objeto de conmemoración.

Parece mentira que la desigualdad histórica entre hombres y mujeres se haya colocado en el centro de las preocupaciones mundiales hace apenas 40 años. Ciertamente, la lucha por los derechos de las mujeres se remonta al prototipo griego de la feminidad, pasando por la construcción de género en la Edad Media y en las reivindicaciones de la Revolución Francesa, pero siempre desde la perspectiva de la supeditación. Fueron los movimientos sufragistas, sindicalistas y socialistas de principios del siglo XX, así como la expansión de los movimientos feministas a partir de la Segunda Guerra Mundial que impulsaron un concepto distinto del ciudadano, concebido hasta entonces como macho, maduro y burgués. Ahora simplemente decimos personas.

Es el modelo de sociedad autoritaria, mercantilista y discriminatoria el que sostiene y prohíja las diferencias insalvables entre los géneros. Muy pocas naciones pueden ufanarse de índices de desarrollo humano igualitarios. En la inmensa mayoría del planeta subsisten los feminicidios, los abusos laborales, el acoso y la pobreza alimentaria. La mayor parte de los pobres del mundo son mujeres, la brecha de remuneración entre hombres y mujeres es todavía de un 24%, más de 75 millones de niñas no van a la escuela y existen 584 millones de mujeres analfabetas; 2 de cada 5 han padecido algún tipo de violencia y cerca de 8 millones son víctimas de tráfico sexual.

Entre los campeonatos de la infamia que México ostenta, se encuentra la inequidad de género. Cada día 7 mujeres son asesinadas, el 47% ha sido víctima de la violencia y dos terceras partes han sido discriminadas por su condición de mujer. El 94% de las mujeres indígenas sufren una triple opresión: por su clase, por su género y por su condición étnica. Sólo 9 de cada 100 municipios son presididos por mujeres.

Las mujeres laboran formalmente 20% más horas que los hombres y el 65% de su trabajo total se integra por actividades no remuneradas en el hogar. Las trabajadoras mexicanas ganan 22.9% menos que los hombres; de los 52.1 millones de personas que integran la fuerza laboral, sólo 19 son mujeres y 1 de cada 10 puestos directivos lo ocupa una mujer, la menor participación femenina en toda América Latina.

El ciclo económico neoliberal comprimió los logros del Estado de bienestar. La reducción del gasto público trasladó costos de subsistencia a las familias, donde la mujer lleva la mayor carga. No es siquiera fruto de la discriminación. Las causas eficientes de la desigualdad residen en la constricción de las relaciones laborales y en un proceso perverso de la división social del trabajo.

Ciertamente los conflictos sociales se enraízan en tradiciones culturales, pero son al mismo tiempo la resultante de las políticas sociales y económicas prevalecientes. La CEPAL ha demostrado que el mayor ingreso económico de las mujeres se traduce en un mejor nivel nutricional de la familia, en bienestar compartido y en educación, con lo que se puede romper el círculo de la pobreza intergeneracional y acumulativa. Sobra decir, que el papel económico de la mujer es un factor de importancia crítica para liberar a millones de personas de las comarcas del hambre y la miseria.

En los trabajos del grupo redactor de la Constitución de la CDMX se prioriza el acceso a oportunidades económicas y educativas de las mujeres, así como el disfrute de la autonomía necesaria para aprovecharlas. Sin igualdad de género es imposible garantizar el ejercicio pleno de los derechos humanos, de ahí el llamado internacional a emprender la batalla por la igualdad sustantiva. Más allá de los desplantes ideológicos en ello reside el factor aglutinante para reconstruir a la sociedad.

Comisionado para la reforma política de la Ciudad de México

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