Un homónimo es el que tiene el mismo nombre. Alguien descabelladamente ha buscado a quienes llevan su mismo nombre y apellido por el mundo y los ha convocado (incluso ha sido tema de documental) y se han hecho convenciones de Lindas en Estados Unidos. Los heterónimos son los nombres diversos contenidos en una misma persona como sucedió con los poetas que inventó y bautizó Pessoa. Todos producto de la misma inteligencia, imaginación y pluma pero diversos en sus estilos y visiones. En Ricardo Reis, la disciplina mental (con la música que le es propia); en Caeiro, la fuerza dramática (la relación con su natal Lisboa es muy fuerte); en Álvaro Campos, la emoción, está ligado al campo, a la naturaleza. Muchas personas en una. El seudónimo es una máscara para encubrir al autor.

El anónimo en cambio es el vacío de nombre. Alguien está atrás de una acción humana pero no aparece. Es la invisibilidad. Asunto que no era raro en las obras literarias antiguas que se generaban como herencias colectivas, orales y rodantes. Y luego se llamaron el Mío Cid, Las mil y una noches... Los países se disputan la génesis de algunas canciones populares anónimas, como sucede con “Cielito lindo”. Anónimas son las leyendas y mitos que pertenecen a comunidades y regiones, porque además la noción de autor, cuando de legados que corren de boca en boca se trata, es más reciente. Pero los nuestros son tiempos de dar la cara.

A veces el anonimato ha sido estrategia de campañas publicitarias, que crean expectativa y luego sueltan la sorpresa; también incluso lo fue un libro que se lanzó hace más de una década ocultando al autor e intentando crear un interés mediático sobre aquel thriller. En este caso no fue exitoso, el lector contemporáneo quiere conocer al autor contemporáneo (aunque sea una fabricación mercadológica). Lo anónimo ya no es piedra corriente ni en las llamadas telefónicas de bancos y aseguradoras cuyo hablante empieza por presentarse con nombre y apellido. Las llamadas de intimidación con alguien llorando al otro lado porque ha chocado, ha sido secuestrado, está en aprietos, buscan que el nombre lo suelte el que contesta el auricular. Poseyendo un nombre la llamada falsa pierde su carácter de anónimo y se vuelve un engaño efectivo.

Los mensajes anónimos, grabados y escritos, que han comenzado a inundar las redes, son perturbadores. Son mensajes que advierten, que provocan y que asustan, pero desconocemos de dónde vienen. Nadie se los atribuye, cuando sabemos que hasta los muertos del narco llevan la firma de los cárteles. Para contrarrestar la peligrosa virulencia de una palabra sin dueño, también han empezado a circular mensajes con cara que advierten que no es bueno repetir una información que circula sin un responsable: que de lo anónimo hay que desconfiar. Tan anónimas las palabras sin dueño que anuncian la llegada de los Reyes Magos cual advenimiento de un siniestro, como los encapuchados que saquean, voltean autos, destruyen y roban aprovechando el descontento con que nos amaneció el año. Es cierto, el gasolinazo no fue anónimo y tiene firma, y eso no le quita el desacierto para lograr comunicar la necesidad de la medida. Nuestros dirigentes nos hablan, el problema es que los de la firma, si es que tuvieron estatura de líderes convincentes, la han perdido. La voz no está siendo persuasiva. Los argumentos para que aceptemos medidas que nos pegan en el bolsillo y el horizonte, el nubarrón que se atisba con la era Trump, el vandalismo, los saqueos y los mensajes anónimos en las redes abonan a la incertidumbre en este comienzo de año.

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