Se calcula que, hasta la fecha, unos 35,000 individuos de muy diversos países han dejado sus hogares para acudir al llamado de ISIS a sumarse a sus filas en Siria e Irak. Cientos de ellos han regresado a sus lugares de origen y podrían tener planes de cometer atentados en algún momento. Otros, sin jamás haber pisado suelo sirio o iraquí, responden a la convocatoria de ISIS a perpetrar ataques en casa. Muchas otras personas, como los hermanos de Boston hace unos años o el atacante de Oslo en 2011, cometen atentados sin necesariamente actuar ante el llamado de una organización, grupo o red. Unos planean sus ataques durante años o meses. Otros, como en Israel, simplemente se levantan una mañana y clavan un cuchillo a algún transeúnte o a unos pasajeros en un autobús elegidos completamente al azar. Así que, podemos bombardear todos los sitios que queramos, cortar recursos y canales de abastecimiento a las grandes organizaciones, desmantelar una célula tras otra y desactivar un atentado tras otro, pero hasta que no comprendamos, y bien, qué es lo que hay en común entre estas personas de sitios y perfiles tan distintos, y empecemos a pensar en alternativas para revertir o al menos parar sus procesos de radicalización, la violencia terrorista seguirá en crecimiento como lo ha estado durante los últimos años.

Algo de esta información ha sido ya compartida en este espacio, pero, como es natural, la investigación ha seguido su curso. Me permito hoy añadir algunos factores a los que ya hemos abordado con anterioridad.

Una parte de los estudios sobre esta temática consiste en análisis cuantitativos que buscan correlaciones entre los ataques cometidos y factores sociales, económicos o políticos existentes en sus localidades o países. Por ejemplo, se ha querido entender si la mayoría de quienes optan por el terrorismo procede de estratos socioeconómicos desfavorecidos, de zonas marginadas o excluidas. Otros estudios en cambio, se dirigen mucho más hacia la psicología individual, hacia tratar de valorar la historia de cada persona, sus relaciones familiares, laborales, sus amistades, sus potenciales contactos con organizaciones, su actividad en redes sociales e Internet. Hay estudios que buscan, en cambio, comprender cómo funciona la psicología organizacional, el papel de los líderes y su capacidad de influir en distintas personas. Otras investigaciones se van mucho más hacia cuestiones internacionales para tratar de comprender cómo impacta la intervención de una potencia en determinado país, por ejemplo, en el proceso de construcción de las percepciones de los individuos que se acaban radicalizando.

Por consiguiente, y esta sería una primera conclusión, no hay una única respuesta. No hay un único “perfil del terrorista” y, de hecho, cuando éste se busca o afirma, los sucesos terminan por desmentirlo. Es necesario aproximarse al tema de una manera verdaderamente transversal y compleja, combinando estudios procedentes de muy distintas disciplinas y entender que, desafortunadamente, en una era global, el número de factores que están interviniendo en este tipo de procesos, es múltiple y opera a través de distintos niveles y dimensiones. Y digo desafortunadamente ya que ello implica que no hay una única solución o estrategia para resolver el fenómeno. Se necesita pensar en estrategias híbridas y complejas para no eliminar del todo –eso sería imposible- pero al menos disminuir este tipo de violencia.

De acuerdo con el Índice Global de Terrorismo (IEP, 2015), hay una distinción entre el terrorismo en países miembros de la OCDE –donde esta manifestación sí se correlaciona con factores socioeconómicos tales como la marginalidad, la desigualdad y el desempleo juvenil, entre otros-, y otros países donde se comete la gran mayoría de atentados, ubicados en los centros de operaciones de grandes organizaciones tales como Irak, Siria o Afganistán, en donde el terrorismo más bien se correlaciona con la existencia de conflictos armados, violencia patrocinada por el Estado, o la corrupción. En ambos grupos de países, el terrorismo se correlaciona con factores como la falta de respeto a los derechos humanos, o la inestabilidad política.

Fattali Moghaddam (2007) argumenta, en cambio, que, dentro del proceso de radicalización de cada persona, van a prevalecer no solo los factores de la realidad material que rodea al individuo, sino, sobre todo, el cómo ese individuo percibe a esos factores. Es decir, si bien es cierto que en Francia o Bélgica una gran parte de terroristas procede de zonas marginadas y excluidas, solo un muy pequeño porcentaje de los habitantes de esas colonias se radicalizan al grado de perpetrar atentados. ¿Qué es, entonces, lo que más influye en su proceso?

La ecuación probablemente tendría que estar compuesta en mayor o menor grado por algunos o todos los siguientes factores: (1) La existencia en el entorno de la persona de factores sociales, económicos y/o políticos como los estudiados en las correlaciones del Índice Global de Terrorismo, (2) Factores internacionales como conflictos armados e inestabilidad política en vastas regiones del planeta y la intervención de potencias regionales o globales en esos conflictos de donde surgen las más importantes agrupaciones terroristas, (3) El proceso individual a través del cual se construye la percepción –y eventualmente la frustración- de la persona al respecto de esas condiciones materiales, en el nivel local, regional y/o global, (4) La potencial interacción de esa persona con miembros de alguna organización o red terrorista, o con reclutadores, o bien con amistades y/o seguidores de esa organización, o simplemente adherentes de determinada ideología o movimiento no organizado–un proceso que puede darse de manera presencial, o bien, como hoy lo vemos, de manera virtual, a través de redes sociales, blogs o páginas en Internet-, y el escalamiento de la radicalización de dicha persona que resulta cuando se añade dicha interacción o adoctrinamiento a sus percepciones individuales. Es decir, no es suficiente entender lo que el individuo en cuestión percibe. Se necesita agregar cómo impacta en él su comunicación con otros que piensan de manera similar, o con quienes lo adoctrinan, (5) El papel e influencia que determinados líderes de esa organización o ideología pueden jugar sobre la persona, ya sea en lo individual o en lo colectivo, (6) La cohesión organizacional que puede generarse en determinados casos en los que el cometer un atentado se convierte en algo de alto valor ya no para una gran colectividad sino para un grupo concreto del que la persona se siente parte, y al final (7) La percepción de que un atentado violento es un deber moral u obligación que da sentido a la vida del atacante.

¿Cómo se detiene o revierte ese proceso? No hay, obviamente, respuestas claras. Los puntos anteriores son tan solo algunas de las claves en las que, de manera integral, nuestras sociedades tendrían que trabajar colaborativamente para idear estrategias de corto, mediano y largo plazo y así, quizás, comenzar a cambiar o al menos incidir en las tendencias ascendentes de la violencia terrorista a nivel global.

Twitter: @maurimm

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