Bien decía el Quijote: “donde música hubiere, cosa mala no existiere”. La música es una de las mejores fórmulas para apreciar la belleza, así como un instrumento de salvación de niños y jóvenes.

Tijuana es una de las ciudades más dinámicas y fascinantes. Comunidad integrada por migrantes provenientes de todo el país, la juventud enfrenta la pobreza, la marginación y la desigualdad. Inspirados en el movimiento musical venezolano, liderado por José Antonio Abreu, el cual dio la vuelta al mundo, los tijuanenses diseñaron un movimiento de rescate de los jóvenes marginados a través de la educación musical. Finalmente dos guitarristas tijuanenses excepcionales, Javier Bátiz y Carlos Santana, habían puesto al rock bajacaliforniano en Ligas Mayores de la música moderna.

Hace veinticinco años, al caer el régimen soviético, músicos rusos, no contentos con lo que les ofrecía el nuevo sistema, encontraron refugio en Tijuana. Con su concurso se fundó entonces la Orquesta de Baja California (OBC) y se fue descubriendo a una comunidad ávida de mostrar sus potencialidades al mundo. Un conglomerado ansioso por escribir una historia de dignidad nacional desde su realidad regional.

En veinticinco años no solamente se consolidó la OBC, sino que se puso en marcha un programa escolar para llevar a las comunidades marginadas la música, surgió así el Programa Redes 2025: enseñanza musical, mensaje de solidaridad, instrumentos musicales y estrategias para incorporar masivamente a los niños y jóvenes que asumieron con entusiasmo, energía y talento lo que el proyecto les ofrecía. Un programa ejemplo para las demás ciudades del país. En donde se requiere reconstruir el tan dañado tejido social.

En su primera de las contadas actividades culturales, el presidente Peña Nieto, al conocer el programa, ordenó a Conaculta y otras instancias, su réplica por el país. No obstante, hace unos días se publicó en Excélsior un desplegado con un grito de auxilio: la burocracia está a punto de generar que más de dos mil jóvenes abandonen sus oboes, chelos, violines, baterías, contrabajos y regresen a las avenidas del ocio y la perdición.

El gobernador de Baja California, le dicen Kiko Vega, panista, desconocedor del origen cultural de su partido y de las ideas de Manuel Gómez Morín, su fundador, uno de los siete sabios cuya huella no debería dejar de seguirse, canceló sin explicación alguna la aportación económica al programa. El gobierno federal, conforme a los manuales de organización, al no ver los fondos estatales concurrentes, anuló la aportación que le corresponde: la medida impecable burocráticamente, causa un agravio y costosos daños sociales.

La razón que aducen en la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu) es que ya se llegó al momento de “cerrar la cortina” y que “no hay, no hay”. Rosario Robles, la casi nueva secretaria de Sedatu, es política, no hay duda, pero antes era luchadora social. Todavía se recuerdan sus airadas exigencias a las autoridades de la UNAM para impulsar la cultura entre las mujeres universitarias. Si se entera, seguramente resolverá el asunto, con o sin la colaboración del remiso gobernador.

Se trata de 6 millones de pesos. La sociedad tijuanense ha hecho sus aportaciones con entusiasmo. No obstante, resultan insuficientes. Hay proyectos que corresponden a los gobiernos. Este es uno de ellos. Los jóvenes que han dejado el ocio en las calles para interpretar a los grandes maestros tanto de la música clásica, como del rock, no pueden quedar desamparados y revivir la violencia, el narco y el crimen, lacras que los gobiernos no han podido erradicar.

Al menos salvemos a unos jóvenes que prefieren seguir las huellas de Mozart que las de los Arellano Félix. Siempre será mejor un chelo que una metralleta.

Miembro del SNI

@DrMarioMelgarA

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