El 8 de noviembre se celebrará la elección del presidente de los Estados Unidos. El 20 de enero, el vencedor jurará y asumirá el cargo. Las encuestas todavía no arrojan un claro ganador. Después de las respectivas convenciones, el candidato republicano y la candidata demócrata repuntaron un poco. El electorado sigue indeciso. Los insultos de Trump a la familia Khan, sus supuestos vínculos con Putin, su vulgaridad, locuacidad y precipitación, le restan votos entre un segmento del electorado, pero le producen confirmaciones en otro; la distancia y frialdad de Clinton le generan antipatías entre unos, y sus declaraciones sobre el desarrollo social y familiar estadounidense, le generan apoyos. A estas alturas, las cosas parecen no estar claras más allá de deseos y preferencias. Con el tiempo, la heurística explicada por Kahneman y Tversky se impondrá, y muchos señalarán que las cosas sucedieron tal como ellos las habían previsto. Hoy en día, sin embargo, nada es tan cierto ni tan simple.

En la larga noche del 23 de junio, muchos seguimos con atención los resultados que la BBC iba dando sobre el Brexit. En la madrugada londinense, cuando los datos eran ya inmodificables, el editor económico de la cadena, Kamal Ahmed, preguntó a la Secretaria de Energía qué plan había para ordenar la salida de la Gran Bretaña de la Unión Europea. Con nerviosismo, la señora dijo que había que mantener la calma. Minutos después, seguía repitiendo lo mismo. Ahmed se molestó y le dijo que algo debían haber pensado en el gobierno, pues en unas pocas horas abrían los mercados y las amenazas financieras y económicas eran inminentes. Las respuestas nunca llegaron. En lo personal, me quedé con un muy mal recuerdo y una mala impresión de un gobierno que teniendo a su cargo parte de los destinos de su población, no había imaginado un plan para el caso de que el sí resultara ganador.

¿Qué pasa si Trump gana en poco más de tres meses? El Acuerdo Transpacífico se verá comprometido; la salida de NAFTA puede concretarse en un plazo de seis meses; el tratado sobre el Comercio de Armas, puede no ser ratificado; la cooperación informativa en materia financiera y delictiva, puede no ser tan generosa como hasta ahora; las deportaciones pueden agravarse y los trámites migratorios complicarse; cerrarse la frontera norte y con ello crecer la presión migratoria tanto nacional como la proveniente de Centroamérica o debilitar, aún más el sistema interamericano. Mi breve y ejemplificativo listado no implica que todo en él sea bueno o deseable; tampoco inmodificable. Simplemente supone advertir que las condiciones del juego nacional e internacional pueden cambiar, en parte para mal.

Muchos son los que han señalado los problemas del aislacionismo que Trump puede imponerle a Estados Unidos. Ello habrá de tener efectos para México. ¿Sabemos cuáles y en qué magnitud? ¿Tenemos un plan de ajuste para las contingencias? ¿El gobierno mexicano está trabajando en una agenda de males y de bienes? ¿Tenemos identificados aliados y rutas? Supongo que algunas de las instituciones serias del país habrán empezado a prever acciones acotadas a sus ámbitos. Imagino, también, que muchas otras no se han planteado el problema. Como persona que trabaja con el derecho, sé que hay muchas cosas que hacer para, con tiempo y sin pánico, concretar acciones y defensas. Imaginarlas y ordenarlas implica, sin embargo, previsión y formación de cuerpos competentes y experimentados. Ojalá que más allá de las consabidas críticas y descalificaciones, más allá de predicciones con amplios márgenes de error y cuestionables metodologías, gobierno y sociedad pensemos algunos escenarios y planes de acción. Sería muy lamentable que en el invierno de este año, lo único que tengamos sean apelaciones a la calma o un mal entendido nacionalismo como respuestas.

Ministro de la Suprema Corte

Miembro de El Colegio Nacional.

@JRCossio

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