El 2017 ha comenzado, y el reto para México será transformar un año de malas expectativas en materia económica en uno que genere una nueva oportunidad de desarrollo.

Para ello se deben olvidar los paradigmas que han propiciado tres décadas de modesto desempeño económico vinculado con crisis recurrentes.

La profunda recesión de 1995, el estancamiento observado entre 2001 y 2003, la segunda mayor crisis en la historia moderna de México (2009) y el estancamiento de los últimos años muestran que los cambios aplicados no corresponden con las necesidades y capacidades nacionales, fundamentalmente porque se renunció al impulso del mercado interno y el fomento de las empresas mexicanas.

En todos esos momentos se aplicaron medidas de estabilización de corto plazo que no sentaron las bases para retomar el ritmo de crecimiento observado antes de la década pérdida. Todo se centró en el ajuste financiero del sector público y en abrir la economía.

Durante 30 años el país no ha encontrado un mecanismo de crecimiento propio, uno que se aleje de las políticas formuladas para otros momentos y otra realidad.

El ajuste de 2017 puede correr el mismo riesgo. Los desafíos son claros: un escenario de bajo crecimiento con presiones inflacionarias, en donde el Banco de México aplicará una política monetaria encaminada hacia el alza en las tasas de interés y el gobierno federal restringirá la inversión privada al mismo tiempo que traslada los costos de la liberalización de las gasolinas hacia todo el sistema económico.

Durante el año se aplicará un ajuste macroeconómico basado en las mismas directrices diseñadas por los organismos internacionales desde hace cuatro décadas: los desequilibrios económicos se enfrentan con políticas restrictivas que estabilizan el sistema pero que al sacrificar la productividad y competitividad del mercado interno inhiben la posibilidad de crecer más de 2.5%.

Además, Estados Unidos no será un apoyo para la economía mexicana, Donald Trump ha puesto en claro que presionará a sus empresas, y al gobierno de nuestro de país, para aplicar cambios a los acuerdos comerciales que han normado la relación entre ambas naciones.

Sin lugar a dudas buscará modificar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte para fortalecer la posición de su país y generar mayores beneficios a las empresas norteamericanas que no son trasnacionales.

Si México desea superar esta etapa deberá modificar su estructura económica. Para ello es necesario adoptar un nuevo modelo económico.

El objetivo debe ser incrementar la capacidad productiva de las empresas nacionales, no sólo de las enfocadas al comercio internacional.

Al sacrificar el desarrollo interno para estabilizar la economía se genera un círculo vicioso de estancamiento improductivo. La factura se paga en forma de pobreza y creación de empleo precario, fundamentalmente informal.

En esta ocasión se debe implementar un programa emergente que garantice la estabilidad pero que también sirva para impulsar a las empresas productivas mexicanas.

Elevar contenido nacional es la clave, el gasto de gobierno y los proyectos de infraestructura deben elevar las compras a empresas mexicanas, es momento de pensar en el empleo y la inversión que generen bienestar y crecimiento. En épocas de restricción es aún más prioritario.

De igual forma ocurre con las exportaciones, el país debe impulsar una política de sustitución competitiva y productiva de importaciones, el favorecer la compra de bienes e insumos externos, muchos de ellos artificialmente baratos por un tipo de cambio manipulado, frena el crecimiento de México.

2017 será un año difícil, y por lo mismo una oportunidad de cambio, es momento de modificar lo que no ha funcionado.

Director del Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico

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