Del Jordán al Potomac. Es “justo lo que la gente necesita escuchar precisamente ahora”, escribió el crítico de ópera del NY Times, Zachary Woolfe, al reseñar el momento climático de la ópera Nabucco, que colmó la semana pasada el Metropolitan Opera House de Nueva York. Se refería al pasaje coral Va, pensiero, la conmovedora plegaria por la “patria, tan bella y perdida”, y a la duración e intensidad de los aplausos que obligaron a repetirla en cada una de las funciones. Y apenas puede quedar duda de la relación de esa necesidad de la gente, apuntada por Woolfe, de escuchar el lamento por el país que se pierde, con la inminencia de la llegada aterradora de Trump a las orillas del Potomac, hecho al que se le estaría atribuyendo así un ímpetu destructivo equiparable a la irrupción bíblica de Nabucodonosor a las orillas del Jordán, de las primeras escenas de esta ópera.

La misma obra cobró otra actualidad al llegar el sábado al Centro Cultural Universitario de la UNAM —a la misma hora que la presenciaban y aplaudían los emocionados asistentes al majestuoso auditorio neoyorquino— a través de una de las dos mil pantallas que en 70 países reciben la trasmisión vía satélite en alta definición de la ópera del Met. Aquí, los asistentes al teatro Juan Ruiz de Alarcón habíamos escuchado una introducción de Gerardo Kleinburg, el especialista ex director de la Compañía Nacional de Opera de Bellas Artes. Éste animó una conversación con el público en la que hizo más explícita la relación del verso de la “patria tan bella y perdida” con la proximidad del asalto a la Casa Blanca de la gavilla de negociantes racistas encabezada por Trump y su familia.

Ópera y subversión. No es el lugar aquí para extendernos en el desempeño en este Nabucco ni en el fervor con que reciben los neoyorquinos las actuaciones de Plácido Domingo y del director de la orquesta, James Levine. Tampoco para descifrar la fascinación agregada al sentido de pertenencia y gratitud que genera en México la figura de Domingo. Sin embargo, todo ello se unió a la particular recepción de la obra —y de Plácido— el sábado en la UNAM, propiciada además por la didáctica introducción de Kleinburg, quien recordó que el estreno triunfal de Nabucco en la Scala de Milán en 1842, se debió no sólo a su valor artístico, sino precisamente a sus connotaciones políticas, como las que se generaron en el Met y en Ciudad Universitaria.

El presentador puso en la conversación el dato de que Nabucco alimentó el movimiento de liberación contra el dominio imperial en una Italia dividida y presa de la opresión, alternadamente, de franceses y austriacos, en la primera mitad del siglo XIX. Y agregó que el nombre mismo del compositor fue usado como acrónimo para eludir la censura austriaca con un ‘Viva VERDI’ que conllevaba las siglas de quien se erigiría en el padre de la independencia: Vittorio Emanuele Re d’Italia. Y que Va, pensiero fue entonado por la población de Milán que se unió masivamente al cortejo funeral del artista, considerado también artífice de la liberación.

En la mira. Con este framing o encuadramiento de la historia no resulta extraña la referencia al poder movilizador y reconfortador ante la adversidad que conserva la obra hasta hoy. Ni que para los asistentes el sábado a CU haya resultado inevitable conectar los sentimientos nacionales, ante la retórica y las conductas antimexicanas de Trump, con los sentimientos de los judíos que, desde las primeras líneas de Nabucco, se preparan con angustia ante “el estrépito de las hordas bárbaras”, pero a la vez con llamados a la resistencia para impedir que “el impío blasfeme” cuando “se acerca con actitud agresiva” y “parece que desafía al mundo entero con su arrogancia”.

Si no, allí están las empresas del “mundo entero” obligadas por Trump a dejar nuestro país. O su insistencia en que paguemos su muro con el gesto del pistolero del western que tiene en la mira a su víctima mientras la obliga a cavar la tumba en que se desplomará su cuerpo.

Director general del Fondo de Cultura Económica

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