¿Será políticamente incorrecto desearles una feliz Navidad? ¿Será un atentado contra la laicidad? La verdad no lo creo, no solamente porque es una fiesta popular, sino por sus varios significados, todos superiores a las ideologías, instituciones, Iglesias y Estados: exaltación de la infancia, de la sencillez (para no decir pobreza), del inicio de la vida con tantas promesas.

El Mesías, infante en el pesebre, entre el burro y el buey, sobre la paja, no es el Vengador temible e imperial, sino el niño Emmanuel, anunciado por Isaías, Dios con nosotros, el Dios hecho hombre, realmente Dios y realmente hombre, nacido de María, de la semilla de Abraham. Viene a servir, hasta la muerte, para redimir, para salvarnos, darnos una nueva dimensión, la que, dos mil años después, aún no alcanzamos. No es el guerrero irresistible cuya figura es el rey David (“¡Saúl mató a mil! ¡David mató a diez mil!”); tampoco es el Sabio, cuya figura es Salomón, dueño de todos los secretos del cosmos. No, es solamente un infante, pequeño humano, parvulus, dice la traducción latina del evangelio, el más débil e indefenso de todos los críos del reino animal. El becerro se levanta minutos de haber nacido, el niño tarda ocho, diez, catorce meses en caminar y años en dejar de ser dependiente.

Figura misma de la impotencia, el bebé aquel no manda, sino pide. Ha olvidado que es Dios y va a crecer en edad y sabiduría durante años, sin manifestar su naturaleza. Algún día nos dirá que si no nos volvemos como niños pequeños, no entraremos en el reino de Dios. Palabras bien olvidadas que la Navidad nos recuerda. Por lo pronto está en los brazos de su madre, descubriendo el pecho de María; unos días más y después de la visita de los reyes magos, tan populares en nuestro país, tendrá que huir a Egipto para escapar de los sicarios del rey Herodes, de la Gestapo, del crimen organizado, de los matones de todos los genocidios de la historia, pasados, presentes y por venir. ¡Cuántas María, cuántos José hoy en día en la Alepo bombardeada quisieran escapar con sus niños abrazados!

Ese niño, según las Escrituras, es “Admirable, Consejero, Padre del siglo futuro, Príncipe de la paz”. ¡Príncipe de la paz! Tengo que abusar del empleo de los ¡! de admiración, porque necesitamos trágicamente recibir consejos admirables, ser protegidos por un padre, conseguir la paz. Pienso en nuestro país, en nuestras Américas todas que están penando, en el mundo entero.

El profeta Isaías, de quien se dijo que sus palabras son el primer evangelio, consideró las circunstancias de su tiempo y de su país, burlándose del Estado que había caído en manos de incapaces y el cuadro que pintó vale para todas las épocas, para el Imperio Romano, Otomano o Chino en crisis, para nuestro México ayer o anteayer y hoy también para Estados Unidos en manos de Donald Trump, incluso si estuviesen en sus manos… El profeta nos presenta un Estado en pedazos, porque sus dirigentes no tienen una idea firme, rectora, porque mentira, ilusión, corrupción lo gangrenan todo, porque el egoísmo desenfrenado engendra la guerra de todos contra todos, hasta la masacre.

¡Príncipe de la paz! ¿Quién dará la paz a nuestra América Latina que, sin llegar a 10% de la población del mundo, acumula la tercera parte de todos los homicidios cometidos en nuestra Tierra? Y eso que es, según las estadísticas, el continente más cristiano del mundo, “el futuro de la Iglesia”, dicen algunos, tanto para la Iglesia católica como para las evangélicas.

Navidad… en un pueblito perdido en una provincia lejana del Imperio Romano, en una cueva o en un establo, una joven María acaba de recostar sobre la paja del pesebre un niño, señalado por una estrella a los reyes magos. Siglos después dirá Blas Pascal, con toda razón, que es un Dios escondido, un misterio aparecido en la noche, un misterio que tiene por fin una cara. No es la cara que esperaban, que siguen esperando los humanos. ¿Dios como niño en un pesebre? ¿Dios en la cruz entre dos criminales?

Misterio…

Investigador del CIDE.
jean.meyer@ cide.edu

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