Europa sigue enfrentada a la llegada de refugiados y de migrantes económicos, pero ya no quiere ser la tradicional tierra de refugio. El pacto con Turquía para frenar el flujo de refugiados que huyen de la guerra en el Medio Oriente se resquebraja, mientras otros migrantes toman de nuevo las sendas marítimas que van de África del Norte hacia Italia y España. Los grandes traficantes de personas siguen con su jugoso negocio contra el cual la operación naval europea “Sofía” no ha logrado nada.

Desde la otra ribera del Atlántico, podemos indignarnos, criticar al egoísmo de los europeos y denunciar el auge de los populismos xenófobos. Es olvidar la parábola de la viga y la paja. Nos encontramos en una situación que, si bien no es exactamente comparable, ofrece elementos semejantes. A diferencia de Europa, nuestro país, desde finales del siglo XIX, ha visto salir hacia Estados Unidos millones de migrantes y el éxodo no termina. Europa fue también tierra de emigración hacia América, hasta la Primera Guerra Mundial.

Pero cuando nos quejamos de la política migratoria de EU, que expulsa cada año una multitud de mexicanos, levanta vallas y muros, maltrata a los ilegales, cuando nos asusta Donald Trump, olvidamos que México es también una potencia migratoria que practica la expulsión masiva de los que entran por nuestra frontera del sur. Hace tiempo que encuentro en los semáforos de varias ciudades de provincia a centroamericanos, mochila y cobija al hombro, pidiendo ayuda para comer y seguir su viaje hacia el norte. Hace poco, en Maravatío, a la hora de comprar queso al lado de la autopista, me enteré que el autobús parado, con una patrulla federal al lado, llevaba a México puros centroamericanos que iban a ser deportados.

Ardelio Vargas, Comisionado del Instituto Nacional de Migración (INM) dio una entrevista tan sincera como interesante a este diario que la publicó el pasado 22 de mayo. El punto más llamativo y dramático es el siguiente: en 2015, Estados Unidos deportó 206 mil mexicanos y México deportó a su vez 203 mil extranjeros, centroamericanos en su gran mayoría. En lo que va del presente año, las expulsiones han continuado al mismo ritmo que el año pasado, por lo tanto el INM estima, según un cálculo “conservador”, que deportaremos otras 200 mil personas, si no es que más, con el agravamiento de la crisis humanitaria en Salvador y Honduras. En 2015, 40 mil menores fueron interceptados en México, de los cuales la mitad viajaban solos. El comisionado comenta: “No tendría el parámetro para decir si es urgencia o emergencia, lo que sí puedo decir es que es mucha la gente que sale de su país y tiene que atenderse esa problemática”. ¿México, de tierra de éxodo, puede volverse generosa tierra de refugio?

Tiene razón Ardelio Vargas porque gran parte de Centroamérica está afectada por una crisis más severa cada día, en especial El Salvador y Honduras, pero también Nicaragua y Guatemala. Más que la pobreza, lo que empuja la gente a huir es la inseguridad causada por el crimen organizado. Son muchos los migrantes que solicitan asilo en México como refugiados políticos. El Salvador tiene una tasa de homicidios de 90 por cada cien mil habitantes. Honduras también: la gran ciudad de San Pedro Sula tiene el récord con la tasa de 169; si uno piensa que la tasa de homicidios en una Siria devastada por la guerra civil y extranjera es de 180, puede concluir que los refugiados centroamericanos son los hermanos de los sirios en su desgracia.

No sé si nuestro Presidente debe seguir el ejemplo de la canciller alemana Angela Merkel cuando, el año pasado, abrió las puertas de Alemania a un millón de refugiados. Pagó un precio político muy alto, es cierto y ahora cierra las puertas. Pero para México sería mucho más sencillo acoger gente que habla la misma lengua, practica la misma religión y tiene las mismas costumbres.

Investigador del CIDE
jean.meyer@ cide.edu

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