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“Tantas opiniones y tan poco país.” Escuché de manera fortuita la frase por parte de una joven estudiante de letras, y de inmediato se me ocurrieron algunas variantes. Una de ellas podría ser: “Tantas opiniones y tan poca verdad.” Otra de ellas: “Tantas teorías, investigaciones, declaraciones y conclusiones: ¡y tan poca verdad!” No descarto que en la mente de la mayoría de personas que se informan sobre la realidad a través de la lectura, o del seguimiento de noticias y opiniones políticas, se engendren frases semejantes: “Tanta opinión para nada.” “Tanto análisis de los hechos actuales y la sociedad sigue en picada.” Uno quiere certezas y le entregan especulaciones y sentencias subjetivas. Uno desea algo de verdad y recibe a cambio un alud de ficciones interesadas y de moralejas desechables.
Hace más de 30 años Gianni Vattimo y Pier Aldo Rovatti dirigieron un compendio de ensayos titulado El pensamiento débil. En este libro se incluían reflexiones de Umberto Eco y varios pensadores italianos, además de trabajos de los propios compiladores. La vocación general de los ensayos tenía como fin poner en duda las verdades absolutas en la historia, la filosofía, la metafísica y el pensamiento contemporáneo, sin abandonar el intento de encontrar certezas parciales, humildes y menos dogmáticas. Se puede y se debe pensar desde la debilidad: ¿desde dónde más?
No entraré en detalles porque Gianni Vattimo, estudioso de Heidegger, hace referencia a la ontología, al ser y a la filosofía que no son sencillos de tratar en un espacio tan breve. Sin embargo, detrás del concepto de pensamiento débil (pensamiento no fundado en verdades irrefutables) se encuentra una preocupación común, actual, práctica, crítica y política que podría describirse así: Se acabaron los dioses y sus tiranos proféticos. Ahora hay que trabajar y conversar para obtener certezas; es decir: escuchar a los otros con atención y recelo, creer a medias lo que se nos dicta como verdad absoluta, y construir sociedad y pensamiento a partir de acciones humildes y conocimiento parcial.
He aquí algunas consideraciones de mi cosecha: A).-Con tal de sobrevivir administramos el engaño que nosotros mismos nos imponemos. B).- Ni el Estado, la religión o cualquier otro sistema filosófico nos garantiza nociones universales indudables sobre el bien (surgimiento del pensamiento débil como alternativa). C).-Haciendo a un lado las certezas que nos ofrece la ciencia por medio de la verificación, carecemos en lo social de alguna clase de verdad fundamental, absoluta y fuerte sobre la cual fundar certezas o cánones irrefutables. D).- Y, sin embargo, nos vemos obligados a inventar alguna clase de verdad pues de lo contrario reinaría el caos. E).- Para inventar “de nuevo” tal verdad o certeza tenemos obligación de conocer lo que ya ha sido pensado por personas más capaces que nosotros.
Gianni Vattimo alude a Walter Benjamin para referirse a la historia como una manifestación de la cultura de los dominadores que se constituye a costa de la exclusión, primero en la práctica y luego en la memoria, de una multitud de posibilidades, de valores e imágenes. Si queremos obtener certezas de los hechos sociales tendremos que andarnos por las ramas (es decir por las ideas, reflexiones o imágenes marginales, malditas o alternativas a los discursos oficiales de cualquier tipo), pero sin desatender el tronco, las tradiciones y el conocimiento acumulado. La época en que vivimos nos ha conducido a una dolorosa paradoja: la libertad del individuo tiene más posibilidades de realizarse que nunca, pero el individuo ya no existe como entidad reflexiva, consciente, humana, ética y ciudadana, sino que se ha convertido, generalmente, en un dispositivo, aplicación y engranaje de la abrumadora industria del atolondramiento: se ha transformado en un zombi o en un orangután.
Si ligamos la noción de un “pensamiento débil” con la posibilidad de liberación práctica (es decir: oportunidad de escapar de los dogmas que nos hacen mal y que se nos imponen a la brava) nos enfrentaremos al hecho terrible de que en la práctica social se ha impuesto la confusión mediática, la perorata analítica y el discurso vacío cuando es urgente repensar y resolver los asuntos públicos que ponen en peligro la vida humana (¿Cuántos secuestros diarios valen un gol del Chicharito?) El ejemplo más agudo de los últimos años en México ha sido lo ocurrido en Ayotzinapa. Más allá de las opiniones, reflexiones y acciones que este crimen ha suscitado, no debe hacerse a un lado el hecho de que un país donde se cometen esta clase de actos no puede concebirse como una comunidad política civilizada que se orienta al bienestar común. Un acontecimiento así trasciende la pertenencia a un partido político, las ideologías fuertes y el enfrentamiento argumental entre políticos e intelectuales porque todos estamos en peligro latente de muerte y nuestra tranquilidad civil no está de ningún modo garantizada (hay secuestros, corrupción, crimen, robo, etc…). La enfermedad social parece incurable si las instituciones políticas no se fortalecen. ¿Es posible algo así? El azoro, el odio y la desconfianza hacia el otro son los frutos de esta enfermedad.
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