“Todos los escritores son vanidosos, egoístas y perezosos.” Y esto no ha cambiado desde que lo escribiera George Orwell en 1946. (Antes de continuar ruego me disculpen por escribir sobre literatura y no sobre los personajes más famosos de nuestro tiempo: escoria en verdad inhumana que la publicidad descarga en nuestras mentes indefensas). Pues bien, Orwell hace notar que los motivos que en el fondo de su ser guarda un escritor para hacer lo que hace continúan siendo un misterio. De manera que sumados al egoísmo, la vanidad y la pereza, también está el misterio en sus motivos, la duda y la ambigüedad de lo que quiere. ¿Qué publicidad puede hacer de tales características virtudes para vender? Por fortuna no la hay. El mundo de la comunicación excluye hoy en día a estos seres extravagantes. ¿En quién pensaría Orwell cuando escribió lo antes citado? No creo que en sí mismo. Tal vez en Jonathan Swift, a quien consideraba un hombre impotente, incapaz de disfrutar la felicidad y de creer en la vida. O en Tolstoi a quien acusaba de predicar una cosa y hacer justo lo contrario. Todos ellos escribieron obras distintas y extraordinarias y su lazo de unión más evidente fue su inclinación hacia la ética o crítica social. Ya fuera desde una postura moral y anarquista, como Tolstoi: o desde una pintura sarcástica y burlona de la sociedad humana, como fue el caso de Swift. Y vuelvo a Orwell quien pese a hablar de la oscuridad de los motivos que estimulan a un escritor dijo lo siguiente: “Me parece una soberana estupidez, en una época como la nuestra, pensar que se puede evitar escribir sobre asuntos como el totalitarismo.” Y más adelante: “Mi mayor aspiración durante los últimos años ha sido convertir la escritura política en un arte. Mi punto de partida es siempre un sentimiento de parcialidad, una sensación de injusticia.” Comprendo a Orwell más de lo que quisiera. No puedo apartar de mi ánimo la sensación de injusticia y ello me lleva a escribir artículos de queja, escarnio e infelicidad pura.

El único momento en que soy libre totalmente es cuando escribo y me olvido de los otros (hecho que ocurre cada vez más a menudo), es decir: cuando doy por perdida a la humanidad como proyecto de justicia social y comprendo con gran claridad que uno no puede continuar como individuo lo que otros ni siquiera han comenzado como sociedad.

George Steiner dice que “la literatura es lenguaje liberado de la obligación de informar”, y que pese a que sus raíces son oscuras su función utilitaria es menor. Las novelas son una clase de verdad distinta a la que, por ejemplo, distingue al periodismo crítico o la literatura guiada por un propósito social. De hecho, Steiner, ha llegado a afirmar que Moliére y Swift perdieron hoy creatividad y presencia porque sus libros estaban demasiado ligados a la realidad presente de su época.

Yo creo, por el contrario, que la peste humana recorre todos los siglos y sólo se cambia de disfraz. De la guillotina a los campos de concentración, de los genocidios étnicos a la especulación financiera pueden sucederse décadas y siglos, pero la sensación de injusticia que atormenta a algunos escritores de todas las épocas es la misma. Y cada quien reacciona a ella de forma diferente. A través del escarnio, como Swift; o de la parábola crítica, como Orwell.

George Orwell (1903-1950) afirmaba que desde los seis años sabía que sería escritor. A los cinco años escribió un poema para su madre, y a los catorce escribió una obra en verso siguiendo la métrica de Aristófanes. Y a los dieciséis leyó a Milton. Cuando te enteras que escritores así de precoces han existido no puedes más que ruborizarte. Yo aún no sé que quiero hacer cuando me muera, puesto que antes de ese bello momento he carecido de certezas indudables y no sé quién he sido. El uno es siempre otro y esa suma de seres diferentes que habitan en una persona tienen derecho a vivir, incluso a riesgo de llevarnos a la locura. Lo contrario sería ser “coherente”, sólido y asesinar, vía la hipocresía o la tiranía, a todos esos yoes enfrentados que nos atormentan. Pero Orwell parecía tener en claro que la mayoría de los escritores pasan, en mayor y menor medida, por cuatro grados
en el devenir de su oficio: Egoísmo puro y duro (deseo de ser alguien y parecer inteligente); Entusiasmo estético (el placer ante la belleza); Impulso histórico (deseo de ver las cosas tal como son y han sucedido: en otras palabras: situarse en el tiempo); propósito político (deseo de que el mundo avance en una dirección determinada).

No abundaré más en estas cuatro categorías pues soy perezoso y esta es una breve columna; y además está escrita por alguien que vivió más años que Orwell y apenas si ha escrito algo importante. Concluyo aquí solicitando, una vez más, se me exculpe por escribir acerca de escritores y no sobre las grandes personalidades y preocupaciones que en gran medida la comunicación y la publicidad actual lanzan como estiércol al piso. Vaya pista de patinaje en la que nos solazamos.

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