Tenemos ese refrán: ¨Cría fama y échate a dormir.” Tal consejo es ideal en nuestra sociedad tan dada al juicio apresurado, a la difamación y al comentario soterrado: a la canonización o al escarnio: en México el justo medio, el equilibrio o la templanza se practican poco. Es la horca o la veneración. Pero el refrán también podría ser eficaz expresado de otra manera: “Échate a dormir hasta esperar la fama.” Algo así equivale a sugerirle a un joven ansioso por la celebridad: “Aguarda a volverte viejo para que te respeten. Lo único que tienes que hacer es esperar a que se mueran todos aquellos que te conocen en verdad. Y cuando no quede nadie a quien venerar voltearán a mirarte a ti. Entonces será tu turno y tu paciencia tendrá sus frutos. Podrás contar mentiras, anécdotas e historias que no van a ser investigadas. A nadie le importa tu pasado, ni tú mismo: sólo se ama el mito. Mientras llega ese momento duerme, es decir, mantente callado, sé discreto y sobre todo: vive muchos años.” Suelo dar este consejo desde hace ya un tiempo considerable a aquellos que se encuentran nerviosos o decepcionados porque su obra o su persona no ha tenido suficiente aceptación o reconocimiento. “Duerme y serás famoso.” No me parece ésta una leyenda execrable, ni una ocurrencia más; por el contrario: la frase derrocha sabiduría y prudencia.

Kant gozó de una larga vida y, como Goethe, conoció la celebridad. Ambos escribieron durante su madurez una obra importante, el primero continúa siendo considerado el filósofo más influyente de la filosofía moderna; sin el segundo la literatura alemana no habría sido tan vigorosa en su andar de lo clásico a lo romántico; o dicho de otro modo: de la belleza a la enfermedad. Sin embargo, ellos no son un buen ejemplo para dar fuerza al refrán citado, puesto que jamás descansaron en el agotador camino que les planteaba el ejercicio de pensar y escribir. Supongo que si la literatura, la filosofía o cualquier otro oficio despierta en ti un interés verdadero, la fama pasa a un nivel muy secundario o ínfimo. Tal fue el caso de Robert Walser, o de Fernando Pessoa, tal es el caso de aquel que no se miente a sí mismo.

Sin un interés real y necesario por parte de quien lo lleva a cabo, cualquier oficio, arte o proyecto se convierte en una sala de espera ante la muerte, un mientras tanto o un tente en pié. Labramos la tierra hasta el día en que nosotros seamos la tierra. Si se carece del impulso o energía que otorga una vitalidad genuina lo mejor es procurar la longevidad, echarse a dormir y despertar cuando nuestros enemigos hayan muerto y los aplausos nos tiren de la cama. Y añado, como ya es mi costumbre: ¿a quién podría interesarle una fama o un reconocimiento de una sociedad tan lastimada, masoquista y acrítica como la nuestra? Tendría que estar uno loco. Yo me conformo con que dos o tres amigos continúen aceptando mis llamadas o quieran comer a mi lado. En mi caso tengo asegurado el santo reposo. Cualquier rostro que aparezca en televisión tendrá una celebridad infinitamente mayor a la que yo podría acceder aun asesinando a alguien o escribiendo una obra aceptable. La idea del bien estético se ha esfumado en el saber del público común y la prensa rosa tiene la palabra. Mi reposo es sagrado y me permite sembrar yerbas venenosas, flores negras y una que otra remolacha. “El campesino de mi propio destino.”

No se debe desear la fama. Tal cosa es degradante y cuesta la vida. Mejor guarecerse de la mirada ajena y escribir sin parar, leer sin descanso y entregarse al placer íntimo, personal e intransferible hasta provocar que el cuerpo estalle y se sienta absorbido, usado, abducido por una fuerza superior a la suya. El único símil digno y a la altura de la fama es el de ser lanzado a que te coman las ratas. No hay que insistir. A fin de cuentas el arte siempre encuentra su meta, el sol es su propia fuente de luz y el método más sencillo para echar a andar la música, la literatura o el negocio consiste tan sólo en caminar dando un paso detrás del otro: primero el izquierdo, luego el derecho (John Cage). ¿Qué más? Quien desea la fama desea lo peor para sí. Se requiere tener mucho cabello y ser muy bruto para anhelar tamaña insensatez. Respeto a quienes buscan la fama con el único propósito de ganar dinero, me parece un deseo legítimo porque la esencia de tal ansiedad es el sobrevivir; pero quien desea la celebridad por sí misma, para exhibirse y ser valorado ha perdido la batalla desde un principio y ha sacrificado los benditos frijoles de cada día por los reflectores. Que así sea.

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