Proponerse escribir un libro requiere de una fortaleza especial en cuanto uno no sabe bien a quién se está dirigiendo. Los ojos, los gestos de asombro o desaprobación de los lectores, sus reacciones o desprecio son ajenos a quien escribe un libro, sobre todo si éste no es de ficción y el fin de la escritura es poner en marcha el motor de la crítica. El panorama se torna aún más desalentador cuando el silencio parece reinar en nuestra época, un silencio producido por una miríada de voces que no obstante prescindir de los libros de crítica y de la lectura reflexiva opinan a mansalva de lo que no saben: el ruido es la esencia de la comunicación. El cacareo mediático no nos permite hacer una pausa dirigida a poner cierto orden en la casa común y desempolvar el atrofiado mecanismo de la especulación. Por ello mismo la fortaleza que requiere la escritura de una obra que intenta transmitir crítica y duda, tiene que pasar en estos tiempos por la conciencia de la orfandad y el desprecio de los demás. El ensayo de cualquier clase y mientras sea escrito con gracia y poder de seducción es un medio ideal para la conversación con la pared.

Yo prefiero escribir de la forma más sencilla posible y no aprecio mucho los experimentos y aspavientos formales en la escritura. ¿Qué más se va a inventar? Basta leer con unas semanas o días de diferencia Los nueve libros de la Historia, de Herodoto y El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad para darse cuenta de que ambos estilos, aun escritos con propósitos muy distintos, contienen en sí casi toda la experimentación posible en la literatura. La avidez de novedades no me quita el sueño y prefiero escribir en un estilo arraigado, poco sorpresivo y con ánimo conservador. El desarraigado desea inventar otra vez la tierra y yo me considero un escritor arraigado a mis libros, a mis vicios y a mis amistades humanas. No está de más referirse y hacer énfasis en las amistades humanas porque ha llegado a tal extremo de desesperación mi vida que aprecio en mucho las amistades animales. Un loro disecado, como el de Flaubert en letra de Julian Barnes, sería invaluable ya que de esa manera tienes a tu alcance los dos mejores mundos posibles: la mascota y su silencio.

Pero volviendo al asunto primero, el medio más necesario para transmitir reflexión y duda es el ensayo en su más modesta acepción: el deseo de conversar y transmitir un saber o una debilidad ética más allá de la pared. Y si uno no logra trascender o ir más allá de la pared, al menos quedará el gusto de haber entrado al lenguaje, suelo común y nudo de significados, con la finalidad de practicar la gimnasia más humana que existe; la de recorrer el camino ya transitado. Nada hay nuevo bajo el humo del cielo y menos el lenguaje que es bosque infinito y todavía espacio misterioso y complejo. En otras palabras: se escribe un ensayo con el fin de perderse y no regresar.

Uno de los mayores predicamentos a los que me he enfrentado en las décadas recientes de mi vida es el cómo hacer para reconciliar mi misantropía con la escritura crítica de las costumbres humanas. Cómo hacer coincidir mi absoluta desesperanza con respecto a la evolución ética del ser humano (mi rechazo a las personas y sus manías absurdas y depredadoras) con la constante preocupación de imaginar y plantear a la vez caminos y horizontes comunes menos destructivos y retrógradas. ¿Vale la pena esforzarse por sugerir técnicas de evolución ética a esa abstracción tan despreciada y herida que conocemos como “ser humano”? Ésta es la única pregunta que hoy en día me interesa responder, además de ¿cómo podré pagar la renta el siguiente mes?, o ¿cómo haré para no enfermarme del hígado en los próximos años?

Si uno ha leído ese breve libro de Martin Heidegger Carta sobre el humanismo (e incluso el principio de Ser y tiempo) se habrá percatado de que para este filósofo todo lo que puede ser vivido o convertido en acto existe ya en potencia. Por eso resulta tan importante construir o plantear bien nuestras preguntas. En el preguntarse se halla la respuesta en potencia y en orientación. Por tal razón, cuando uno se cuestiona lo que hace es bosquejar un horizonte, una respuesta en sí. Y la mía es: ¿tiene sentido en estos tiempos trazar sendas u orientaciones éticas para el odioso ser humano? Y si lo tiene ¿qué clase de filosofía es necesaria para difundirse entre quienes se han hundido en el pantano sin fondo que representa la comunicación vacua, obsesiva y orientada al ruido y a la confusión política? A esta pregunta es a la que me avocaré en el futuro de mis próximos días.

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses