Cuando un joven me solicita un consejo lo primero que hago es callarme, fingir que reflexiono en silencio y, en seguida, escaparme por la tangente. Procedo así porque el único consejo valioso y trascendental que le podría dar a un joven es el que se reduce a una sola acción: arrepentirse de haber nacido. Pero prefiero callarme antes que envenenar la sonrisa o el ánimo de un joven entusiasta y cargado de planes para el futuro. Si insisten en que los aconseje entonces les recomiendo lecturas: Bartleby, de Herman Melville, Jakob Von Gunten, de Robert Walser, o cualquier otro que me venga en ese momento a la cabeza. Si Margarite Duras decía que escribir también es no hablar, callarse o aullar sin ruido, entonces leer significa callarse y dejar de aullar para que otras voces se expresen en el silencio sideral que duerme en nuestra mente. Bartleby era un personaje a quien perjudicaba la prosperidad y que solía responder a cualquier orden o sugerencia de acción con su ya célebre frase: “Preferiría no hacerlo.” ¡Quién pudiera tener la flema, la sangre exiliada y la valentía para responder a cualquier oferta con la frase: “Preferiría no hacerlo”! Yo carezco de esa honestidad a flor de piel y debido a ello le guardo rencor a cualquiera que me propone hacer algo. En vez de espetarle el “preferiría no hacerlo”, acepto la condena, el insulto de invitarme a la acción y apenas si alcanzo a decir: “Si no hay más remedio lo haré con todo gusto.” Como se darán cuenta ustedes, la mía es una respuesta en apariencia contradictoria, pues ¿cómo se puede hacer con gusto lo que es irremediable e imposible de evitar? Sonriendo y siendo amable, creo yo. El único momento en el que una sonrisa tiene algún sentido es cuando proviene de una mujer o cuando se va a la guillotina. La sonrisa que nace del gozo, el placer o la felicidad es vana porque es natural, como el hongo que crece en una planta o como la agilidad de un lince.

¿Cuándo termina la juventud? Cuando ya no es suficiente poner la cabeza en la almohada para lograr dormir. El insomnio es una de las primeras señales de que algo se ha terminado y no volverá: dejamos de ser hortalizas para convertirnos en sarna y contaminación metafísica. Otra señal inequívoca de que la juventud ha terminado es cuando uno le pierde miedo al futuro y comienza a tenerle miedo al pasado. Es, naturalmente, mi caso. El futuro no me amedrenta y ya ninguna sorpresa alterará lo que soy. Sin embargo, el pasado me aterra. ¿Cómo pude fomentar ciertas ideas y hacer amistad con personas tan carentes de honestidad y gracia? Repruebo la mayoría de las decisiones que tomé y no comprendo por qué me encuentro en el lugar donde estoy. Steiner creía que “la muerte de una lengua es la muerte de un mundo.”. Él estaba orgulloso de hablar con soltura varios idiomas. Mas yo preguntaría; ¿en qué lengua no existe la maldad, la antipatía y la crueldad? El hecho de que yo hable chino no me garantiza la exclusión de la idiotez humana. Pero Steiner tiene razón, las lenguas agonizan porque la lectura de obras complejas disminuye. La acción sin sentido lingüístico y moral gana el camino a la acción examinada. Sólo el lector posee un pasado.

La única mujer real que he conocido se llama Emma Bovary. Y es una excusable ingenuidad creer que es un personaje creado por Gustave Flaubert. Emma es real y el resto de las mujeres de carne y hueso son ficticias. Quien no se haya percatado de esta pesada broma con que la vida insiste en hacernos tropezar vivirá cara al suelo el resto de sus días. Las mujeres de carne y hueso son reales sólo en cuanto se aproximan a la personalidad de Emma Bovary. Si lo sabré yo. En Bartleby y compañía, Enrique Vila-Matas escribe en un párrafo: “Porque el pasado siempre resurge con una vuelta de tuerca. Internet, por ejemplo, es nuevo, pero la red existió siempre… Todo permanece, pero cambia, pues lo de siempre se repite mortal en lo nuevo, que pasa rapidísimo.” Sí, y por lo mismo Emma Bovary se repite mortal en las mujeres modernas, que carecen de consistencia y duración. Walser dice en boca de un personaje que la “sonrisa de las mujeres es al mismo tiempo una costumbre insensata y un fragmento de la historia universal.” Es así: toda mujer es un fragmento de Emma Bovary y su sonrisa es una provocación a la muerte. Hoy en día sólo me siento a gusto en compañía de libros, mujeres y Bartlebys. Todo lo demás son excepciones, dos o tres amigos, un paisaje, alguna paradoja. La comunicación es un asunto menor y ordinario; lo que amo es la perplejidad y el deseo, la incomunicación y la comunión con aquello que no puede poseerse ni representarse. ¿Quién soy yo, entonces, para dar consejo a los jóvenes?

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