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Tengo la seria impresión de que ayer fueron las votaciones. Me conforta que el voto sea aún un medio para elegir representantes públicos. Sean malhechores o salvadores, o simples administradores del bien o el mal común. Bien mirado el hecho de penetrar una urna con la boleta se acerca mucho a un acto erótico cívico. Las personas tienen derecho a creer que su acción tendrá alguna clase de repercusión en su vida. Si así sucede no me queda más que admirar su visión y oportunidad en estas cuestiones. Es posible también que votar sea un acto que espera tener repercusiones dentro de algunas décadas o siglos o que incluso sea la causa de un cambio importante en el devenir social. Por lo tanto, mi admiración es todavía mayor ante la paciencia y amplitud de miras de tan prudentes personas. Yo intenté mover mis influencias para pedir que me llevaran la urna a mi casa, pues con eso de la ley seca había yo bebido de más el sábado; paranoia y reacción normal en aquellos que somos objeto de una arbitrariedad: hay que preservar la libertad a toda costa e impedir que cualquier gobierno nos diga cuando tomarnos un trago o no. Sin embargo, luego de hacer un par de llamadas y preguntar por Lorenzo Córdova, (quería usar algún tipo de influencia o al menos hacerme el importante) me dijeron en el INE que eso era imposible, que la democracia no va a nuestras casas tal como lo hacen las cuentas de banco o teléfono. Hay que acudir a la plaza, formarse, esperar el turno y meterse a una cabina secreta a sufragar. Me parece un buen método, sin duda, e incluso creo que eso de esconderse para votar hace que el acto resulte más atractivo y misterioso. Erótico casi. Las inteligencias menos dotadas podrían pensar que estoy siendo sarcástico o me estoy burlando de las elecciones populares. De ninguna manera, hacerlo sería cruel e idiota pues no añadiría nada a la causa del progreso y sería desleal con todos aquellos que votan con la intención de que el mundo a su alrededor se transforme en un espacio respirable. En verdad que nadie merece más respeto que ellos.
Hoy he amanecido de buen humor, me he inclinado por el estrecho balcón de mi recámara para echar una ojeada a los transeúntes y a los vecinos. Caminan con el mismo desgano de siempre. Parecen cansados luego de tantas décadas de ser engañados con mala publicidad. Se hacen viejos y sus esperanzas de vivir en una sociedad más justa y equitativa se desvanecen. ¡Pero basta de quejumbres impropias en un día como éste! Es posible que importantes pasos se hayan dado hacia la edificación de un mundo feliz y un escritor amargado y rabioso no tiene derecho a ensuciar el aire comunal, mezcla de nitrógeno, dióxido de carbono, oxígeno, cadmio y esperanzas. Hay que recordar que las personas malas trabajan a toda hora sin descansar y que los buenos deben redoblar esfuerzos o, por el contrario, renunciar o dormirse. No soy tan malévolo ni mi mala leche es tanta como para mofarme de los esfuerzos de las buenas personas. Es más: ellas son la obsesión que no logro expulsar de mi cabeza y mis intenciones éticas. ¿Por qué se empeñan en timar a las buenas personas ofreciéndoles belleza, bonanza y bienestar? Venimos al mundo a decepcionarnos, lo sé, pero una máxima semejante no se aplica a las buenas personas. Ellas están aquí para fortalecer la esperanza y decirnos: este mundo ha sido diseñado para colaborar y no para disentir. Hace unas semanas un grupo de secuestradores liberó a la hermana de un amigo querido luego de tenerla cautiva durante cinco meses en las inmediaciones del Ajusco (fue secuestrada por una de las tantas bandas que hay en DF y Estado de México). La noticia de su liberación me alegró sobre manera y pensé: al menos podrá votar, pues según yo los secuestrados —que son más de lo que su imaginación contempla— no tienen las mismas libertades que nosotros. Por ello mismo, anoche, al abrir los ojos, e insuflado por el gozo que me causó la restitución de la hermana de mi amigo al mundo libre, volví a comunicarme al INE para rogarles que alargaran el plazo para votar, unas cuantas horas nada más, pero tal parece que su rutina, estatutos y disciplina son inalterables y sólo pueden ser violadas por algunas organizaciones criminales que llevan el nombre de partidos (no todos, claro). Fue una jornada triste para mí, la de ayer domingo. He perdido la oportunidad de embarcarme en este país robustecido por la acción cívica. “El hombre rebelde dice no. Pero negar no es renunciar.” ¿Dónde leí esta frase?
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