Donald Trump arrancó a toda velocidad, con una serie de pronunciamientos y decretos que demuestran una cosa: tiene tanta prisa que no parece interesado en tomarse tiempo para pensar.

Tuits, discursos, entrevistas y llamadas telefónicas son el estilo personal de gobernar de Trump, el primer presidente en la historia de EU que no tiene experiencia previa en la política, la administración pública o el servicio militar. El hombre que nunca tuvo un jefe es, ahora, el jefe del país más poderoso del mundo.

En estos 10 días el presidente y su equipo nos han regalado anécdotas para llenar cuatro años completos: la discusión acerca del tamaño de la multitud en su toma de posesión y del rating televisivo; gritos (sí, gritos), regaños y reclamos del nuevo vocero a los periodistas que cubren la Casa Blanca; el uso de un nuevo término (hechos alternativos) tan novedoso como orwelliano; los tuits mañaneros de Trump desde su cuenta personal. Todo eso sería de risa si no fuera terrorífico.

Hay otras cosas ominosas. Su ofensiva actitud frente a México solo se ha intensificado y su amenaza de tomar represalias si el gobierno mexicano no accede a su absurda e injusta exigencia de pagar su muro ha llevado la relación entre ambos vecinos a su punto más bajo en varias décadas.

Más grave aún es la orden por la cual limita o prohíbe el ingreso a EU de refugiados sirios y a personas originarias de 7 naciones de Medio Oriente, incluyendo a quienes tienen sus papeles migratorios en regla. Esto ya ocasionó una primera y delicada confrontación entre la Casa Blanca y el poder judicial, que ha ordenado detener las deportaciones de muchos atrapados literalmente en aeropuertos de EU, así como una movilización masiva en defensa de los derechos de los migrantes. En calles, plazas y aeropuertos vemos a miles protestando y demostrando su apoyo. ONGs como la American Civil Liberties Union, abogados y pasantes que se suman pro bono para interponer recursos legales, personas que portan letreros, que ofrecen sus casas a los afectados, que están activamente siendo solidarios, empáticos.

Lo mismo hacen otros países, ejemplarmente Canadá. Y la solidaridad internacional alcanza también a México, con gobiernos, medios, políticos y figuras públicas expresando repudio a la política del bullying de Trump con nuestro país. Hay excepciones lamentables, como la del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, quien por congraciarse más con Trump no tuvo empacho en aplaudir su muro. Pero brilló más lo bueno: la comunidad judía de México rápidamente tomó distancia de Netanyahu y denunció sus declaraciones.

Trump provoca una oleada de movilización y participación social inusitada. Sus actos de odio y exclusión generan conciencia acerca de valores elementales y promueve esa solidaridad y empatía a la que me referí antes. Para redondear todo esto falta la reciprocidad.

El gobierno mexicano ha recibido innumerables muestras de apoyo del extranjero y también, inesperadamente, desde dentro del país. Le toca mostrar la cara generosa que durante tanto tiempo caracterizó a ese México que abrió sus puertas lo mismo a refugiados españoles, guatemaltecos, argentinos y chilenos que a judíos que escapaban del nazismo. Se perdió esa tan buena costumbre que tanto aportó a nuestra imagen y reputación en el mundo y que ahora urge recuperar.

Al mismo tiempo que, con toda razón, la Cancillería mexicana protestó ante las ofensas de Netanyahu, le faltó expresar solidaridad y apoyo a los muchos otros que hoy enfrentan rechazo, cerrazón y estereotipos.

Todo esto bien puede ser el preámbulo de los horrores que el nuevo gobierno estadounidense tiene preparados para aquellos a los que etiqueta como “malos” o “enemigos”. Y si ya nos lo está haciendo a mexicanos y musulmanes, al rato seguirán otros más.

Si exigimos solidaridad debemos también otorgarla, de otra forma muy pronto se secará la fuente de buena voluntad que nos ha salpicado.

Analista político y comunicador.
@gabrielguerrac
www.gabrielguerracastellanos.com

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