La canción, de los años sesenta, tenía una estrofa simpática, efectista: “Fidel, Fidel, qué tiene Fidel, que los americanos no pueden con él…”. Y en efecto, el hombre que encabezó la primera revolución socialista en el hemisferio occidental se convirtió en una pesadilla, piedra en el zapato, amenaza geopolítica y dolor de cabeza para la nación más poderosa del mundo durante más de medio siglo.

Y Fidel Castro se las ingenió para darle la vuelta a todos los muchos intentos estadounidenses por derrocarlo, asesinarlo o, en un hilarante ejemplo de los niveles que alcanzó la obsesión de Washington, hacerle caer la barba. Sí, la barba, no es broma.

Héroe para muchos, tirano sangriento para muchos otros, Fidel fue una permanente contradicción. Un revolucionario que se instaló en el poder; un creyente que proscribió a la Iglesia católica para después, en los últimos años, acercarse al Vaticano; un libertario que conoció las cárceles y la represión de la dictadura de Batista, a la que derrocó, para volverse igualmente autoritario y represor; un hombre que se adelantó a los tiempos pero se volvió después un anacronismo…

Una repasada a los primeros años tras el triunfo de la Revolución muestran al observador objetivo las ambivalencias de Fidel y las reacciones muchas veces miopes del gobierno de EU que muy probablemente lo empujaron más a los brazos de la Unión Soviética que cualquier vocación ideológica de Castro y los suyos. No es descabellado argumentar que Eisenhower y Kennedy tuvieron al menos la misma influencia (o responsabilidad, o culpa, usted escoja) en el destino cubano que Kruschev o Brezhnev.

A sus noventa años, Fidel Castro no era ya el joven imponente que salió de la Sierra Maestra para apoderarse de los corazones y las mentes de los cubanos y poner fin a los nefastos años de Fulgencio Batista. Tampoco el líder de los discursos incendiarios e interminables contra el Imperio, ni el controlador absoluto que dictaba hasta los mínimos detalles de la política y el gobierno en Cuba. Pero conservaba, aun en su década final, el magnetismo casi hipnótico que lo acompañó toda su vida.

Con todas las carencias materiales, rigidez política y el aparato de censura y represión, “su” Cuba nunca fue la del comunismo ortodoxo de la Unión Soviética o sus satélites. Si bien Fidel construyó una alianza estrecha con Moscú, y apostó no solo su propia supervivencia, sino la de su nación al
vinculo estrechísimo y excluyente de todo lo demás con el bloque comunista, la suya no fue una dictadura de la ortodoxia comunista. El marxismo-leninismo cubano fue muy diferente al de Europa del Este, mucho más flexible y pragmático cuando así convenía a Fidel y a su proyecto. Más que comunistas, los cubanos eran, por gusto o coacción, fidelistas, hijos y nietos de una Revolución que no fue impuesta por los tanques soviéticos ni por los Marines estadounidenses, como entonces se estilaba en otras partes.

A eso hay que sumar la confrontación con EU y el exilio cubano en Miami que permitieron a Castro justificar carencias y redirigir el coraje y frustración de la gente hacia el enemigo externo. El sistema cubano tiene evidentes deficiencias, de las cuales muchas son de su propia hechura, pero tantas más son resultado de un bloqueo y embargo inconcebibles en sus dimensiones y duración. Y ahí la miopía estadounidense: el bloqueo fortaleció a Fidel y lastimó a los cubanos, pero no fue una invención de la propaganda del régimen: Más de medio siglo ahorcados por un vecino obsesionado con Fidel, y al final una transición impulsada por Obama y aceptada por Raúl Castro que se encuentra en suspenso ante la victoria de Donald Trump.

Su figura, un ejercicio de claroscuros, tiene tantas cosas deplorables como dignas de reconocimiento. Quien pretenda ver a Fidel como solo bueno o solo malo se está perdiendo de la profundidad, la complejidad, de esta figura histórica. De este hombre que ilusionó y llenó de sueños a un continente, que decepcionó a tantos dentro y fuera de Cuba, que fascinó al mundo entero.

Ódielo, ámelo, pero a Fidel no se le puede ignorar ni olvidar. Algo tiene ese Fidel, que el paso de los años no pudo con él.

Analista político y comunicador.
@gabrielguerrac

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