Para Ricardo B. Guerra Carrillo, donde se encuentre.

Pasado el shock del resultado, es momento de intentar un análisis un poco más frío y objetivo de lo que sucedió en EU y de lo que viene.

Lo fácil es subirnos, en masa, al cortejo fúnebre. Declarar el inicio del fin de la civilización occidental; el renacimiento del nazismo/fascismo; el colapso de los Estados Unidos como líder político y moral de Occidente; la decadencia final de la única superpotencia que sobrevivió hasta estos tiempos...

Igualmente sencillo declararnos indignados por la victoria del nuevo símbolo del mal universal. Salir a la calle algunos blandiendo pancartas e insultos, llenar su muro en Facebook otros con ofensas y conmiseraciones, tuitear lugares comunes acerca del triunfo del mal sobre el bien, comparaciones con grandes villanos y grandes tragedias históricas.

Más todavía, podríamos desdeñar el resultado de la elección aduciendo que “no es justo” aunque esté plenamente apegado a las reglas y de paso descalificar el proceso democrático entero buscando, ilusamente, subvertirlo a traves de , como si las firmas electrónicas valieran más que los votos. O descalificar a millones que ejercieron su derecho al voto solamente porque no estamos de acuerdo con su preferencia y con el resultado.

Podríamos hacer todo eso, pero sería fútil, contraproducente, intolerante, anti democrático incluso. La campaña fue sucia y llena de bajezas, pero la elección fue limpia. Los resultados son los que son, y querer apelar a vías alternas para echarlos atrás es profundamente autoritario. Ni modo: aunque haya ganado quien menos deseabamos muchos dentro y fuera de EU, ese será su presidente. Y los que no somos ciudadanos estadounidenses haríamos bien en recordar que NO es nuestro país, ni son nuestras elecciones, y jamás asentiríamos a que extranjeros quisieran modificar los resultados de las nuestras.

Pero de regreso a lo que podemos esperar del que algunos llaman el villano, el demonio o cosas peores, creo que conviene respirar profundo, presionar el botón de pausa y observar la diferencia que ya es perceptible entre Donald Trump el candidato y Donald Trump el presidente electo.

Trump jugó, muy eficazmente por cierto, a ser el candidato más anti establishment y más políticamente incorrecto de la historia reciente de EU. No tiene caso repetir todas las barbaridades y ofensas que pronunció en campaña, pero sí es importante observar qué es lo que está modificando en el discurso y en los hechos.

Las primeras señales, a partir de la noche de la elección, son de relativa mesura y de modificación y hasta retracción de muchos de sus planteamientos más incendiarios. Desde su reconocimiento de que hay elementos rescatables de Obamacare hasta sus mensajes francamente cordiales para con Hillary Clinton y el presidente Obama, este es un Trump que suena mucho menos deschavetado de lo que algunos imaginaban.

En cuanto a México, Trump mismo y sus colaboradores más cercanos han enviado múltiples señales de que ni el muro lo será tanto ni las deportaciones serán absolutas, y el que ya exista una primera comunicación con el presidente mexicano tiene que ser visto como una positiva señal. Tan fácil hubiera sido para Trump aplicarle frío a Peña, como lo hizo tan marcadamente Hillary Clinton durante la campaña.

Hay quienes dicen que todo esto es una finta, que está jugando con nosotros y con los medios, que nos va a engañar. Puede ser. O puede ser que su campaña haya sido una puesta en escena de quien es, indudablemente, un showman por excelencia.

¿Confío en Trump? No, ni en ningún político que haya hecho campaña para ganar una elección. Lo que sí me queda claro es que es un personaje mucho más complejo que la caricatura que de él se dibuja.

Analista político y comunicador.
Twitter: @gabrielguerrac
Facebook: Gabriel Guerra Castellanos

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