No es lo que ustedes piensan, queridos lectores. Es bien sabido que no soy adorador de los lunes, esa maléfica invención que corta de tajo nuestros fines de semana, pero el título de este texto se refiere a lo que nos espera hoy por la noche, cuando se lleve a cabo el primer debate entre los candidatos a la presidencia de EU.

Es enorme la expectativa que ha generado este primer encuentro directo entre Hillary Clinton y Donald Trump. En parte por lo cerrado de la contienda, en parte por el evidente desprecio que cada uno muestra por el otro, y en buena medida también por morbo. ¿Podrá más el intelecto de Clinton o la rudeza de Trump? ¿Qué tan bajo estará dispuesto a llegar el multimillonario en sus ataques personales? ¿Cuantas mentiras se dirán, y quien ganará el "Pinochometro"?

El perfil de los dos aspirantes no podría ser más diferente:

Hillary es fría, calculadora, analítica. Su discurso suele ser plano, distante, y le cuesta trabajo conectar emocionalmente con la gente. Tiene un curriculum impresionante, que le implica también cargar con más de un esqueleto en su baúl. Tiene muchísimas cosas a su favor, desde su genero, el prestigio de la gestión de su esposo, la activa campaña a su favor de Barack y Michelle Obama, y su profundo conocimiento de los temas. Pero su campaña no acaba de prender. Muchos la ven como un símbolo del más rancio establishment de Washington, otros desconfían de ella por ser tan política, y escándalos como el de sus correos electrónicos o los donativos recibidos por su fundación la persiguen. Para su muy mala suerte, su reciente neumonía alimentó dudas y especulación acerca de su estado de salud.

Donald Trump es la antitesis: impulsivo, mercurial, no tiene pelos en la lengua. Es de esas personas que dicen lo que piensan sin pensar antes lo que dicen, y eso le genera al mismo tiempo muchísimos adeptos y muchísimos problemas. No tiene experiencia alguna en el sector público, lo cual para algunos es garantía de cambio y para otros motivo de preocupación, y muestra un profundo desprecio por los políticos tradicionales y no se diga por sus rivales. La manera en que liquidó uno por uno a sus contrincantes en las primarias Republicanas es ya legendaria, con una formula que le funcionó una y otra vez: ante el más mínimo ataque, la respuesta era masiva, desproporcionada por su magnitud y su rudeza. No es un hombre que guste de tender puentes, ni siquiera para que el enemigo se retire. Y va dejando por donde va a gente lastimada, resentida. Pero Donald Trump tiene una capa de teflón verdaderamente excepcional: ha insultado y ofendido a mujeres, minorías, religiones enteras, veteranos de guerra y padres de soldados caídos en batalla, hecho planteamientos verdaderamente inauditos y hasta peligrosos en materia de política exterior, y aun así sigue avanzando en las encuestas.

Tan divergentes como son, estos dos candidatos no han logrado convencer a muchos ciudadanos estadounidenses, y alrededor de una quinta parte del electorado no sabe si votará por alguno de ellos, por un tercero, o se abstendrá. Y no se les puede culpar: una candidata fría, distante, secretiva. Un extrovertido que destila bilis y no controla su propia retórica. No es para entusiasmarse.

Pero uno de esos dos será presidente de la nación más poderosa del mundo, lo cual hace verdaderamente crucial el escrutinio, la disección de sus planteamientos, sus posturas, sus verdades y sus mentiras. Y, muy especialmente, de sus personalidades, que estarán a la vista y contrastadas durante los debates.

Los aficionados a la lucha libre dirían que el de esta noche será un encuentro entre técnicos y rudos. Yo me temo que será un poco como ver una película de terror.

Por lo pronto, preparemos las palomitas, y los calmantes.

Analista político y comunicador.
@gabrielguerrac
Facebook: Gabriel Guerra Castellanos

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