Un trompeta, queridos lectores, no es un instrumento musical transgénero, sino, como lo define el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, un “hombre insignificante o despreciable”. Una trompetilla es, según el mismo referente, el mosquito que al volar produce un zumbido.

Donald Trump ciertamente no es insignificante, aunque muchos lo consideran despreciable. Los ruidos que de él emanan son mucho más sonoros que los de un mosquito, e igualmente molestos e irritantes.

El magnate estadounidense siempre ha sido un mago de la promoción, especialmente cuando de su persona y sus negocios se trata. Heredero de una pequeña fortuna, este hijo de un próspero desarrollador de vivienda ha basado su emporio en una combinación de visión empresarial, manipulación de las reglas y descarada presencia mediática.

Trump personifica todos los excesos y abusos de la “época dorada” de los años ochenta del siglo pasado, en los que mientras más extravagante, presuntuoso y ostentoso, mejor parecía todo. Nadie mejor que él para encarnar esa etapa, en la que también crecieron de manera desmedida el endeudamiento público y privado, el déficit presupuestal y la desigualdad económica en Estados Unidos.

Como a muchos de los ricos ochenteros, las deudas lo alcanzaron, lo abrumaron y lo forzaron, en 1991, a declarar la primera bancarrota de sus negocios, de las cuatro que en total ha incurrido, dentro de lo que en EU se conoce como el Chapter 11.

En su libro The Self-Made Myth: The Truth About How Government Helps Individuals and Businesses Succeed, los autores Brian Miller y Mike Lapham se ocupan, entre otros, del famoso Donald, y de cómo a punta de abogados, demandas y subsidios, además de argucias y triquiñuelas legales, fue armando su fortuna y poniéndose a salvo de sus acreedores y de todos aquellos que tenían asuntos pendientes con él. Trump ha obtenido quitas, perdones y apoyos que, sumados a su herencia y a los proyectos en los que ha contado con el beneplácito o apoyo abierto de diversas instancias de gobierno, contradicen su discurso antigubernamental y de hombre forjado por sí mismo.

Nada nuevo en que un político o un empresario sea hipócrita o tenga doble discurso. Y si se trata de empresario devenido personaje de TV y aspirante a político, menos aún. Pero sumemos a todo lo anterior algunos detalles de su vida, desde sus sonados y conflictivos divorcios, su ir y venir de un partido a otro, sus generosos apoyos al Partido Demócrata del que tanto critica, y es razonable concluir que la congruencia, la decencia y la honestidad no son las marcas de este hombre.

Su calidad empresarial ya era conocida, su lado humano también, mas no por ello ha dejado de sorprender su discurso agresivo y ofensivo. Primero su diatriba contra México y los mexicanos, que tantas reacciones ha provocado en las comunidades latinas dentro de EU y en muchos países latinoamericanos. Ahora, sus ataques personales contra John McCain, cuestionando su heroísmo durante su cautiverio en la Guerra de Vietnam.

Habrá quien piense que Trump está loco o que es un mal hombre. Lo cierto es que Trump tiene una estrategia muy clara para tratar de ganarse al segmento más radical, más derechista, xenófobo, retrógrada y fundamentalista del Partido Republicano. Esos son los activistas, y los que más probablemente saldrán a votar en las elecciones primarias de ese partido, con lo que Trump busca asegurar un porcentaje suficiente de los votos para sobrevivir en la contienda y elevar sus bonos.

La apuesta no es descabellada ni tampoco novedosa: apelar a los más bajos instintos del electorado le ha dado frutos a muchos, y las encuestas muestran que hasta ahora a Trump le está funcionando la jugada.

En algún momento, esperemos, el sentido común y la decencia se impondrán.


Analista político y comunicador.

Twitter: @gabrielguerrac

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