Los británicos son los reyes de la intriga, del suspenso. Agatha Christie, Alfred Hitchcock, Arthur Conan Doyle mantuvieron al borde del asiento a generaciones de lectores y cinéfilos. Pero nada comparable con la jornada electoral del 23 de junio, un thriller que tuvo en vilo a los mercados mundiales, a los políticos y a la sociedad británica y europea.

Cuando el primer ministro David Cameron prometió, en campaña electoral, convocar a un referéndum para decidir la permanencia o no de su país en la Unión Europea, lo hizo probablemente para tranquilizar los ánimos nacionalistas y proteccionistas de algunos miembros de su partido, o para robarle votos al derechista extremo y xenófobo Partido de la Independencia de Reino Unido (UKIP, por sus siglas en inglés).

La campaña por el Brexit resultó ser una de las más negativas y agresivas, más llenas de falsedades y exageraciones crasas.Encabezados por los populistas y demagogos Nigel Farage, líder de UKIP, y Boris Johnson, ex alcalde de Londres, los partidarios de abandonar a la UE recurrieron no sólo a mentiras descaradas y a la manipulación emocional de los votantes, sino que incitaron niveles de violencia verbal que terminaron, como suele suceder, en actos de violencia física, como el asesinato de la joven parlamentaria promotora de la permanencia Jo Cox.

Más allá del resultado final, este referéndum deja más perdedores que ganadores.

En primer lugar, por supuesto, David Cameron. Pierde la sociedad británica, que queda dividida, polarizada, enojada, con tonos de racismo e intolerancia, de provincialismo y aislacionismo que no pueden traer nada bueno a una nación con la vocación internacionalista de Gran Bretaña.

Pierde el Partido Laborista, principal opositor del Brexit, que no fue capaz de movilizar a sus simpatizantes en números suficientes para contrarrestar la oleada de última hora a favor de la salida y que con esto ve agravarse su profunda crisis interna. Pierde la Unión Europea, que independientemente del resultado, se habrá visto rechazada por una muy alta proporción de los ciudadanos de uno de sus miembros fundacionales, fundamentales.

Pierden los migrantes, los extranjeros, que fueron blanco del discurso nacionalista inflamatorio y que serán en el futuro presa fácil de la derecha extrema europea. Pierden los jóvenes británicos que daban por hecho su pertenencia a un club internacional, cosmopolita y de fronteras abiertas. Pierden los bancos y prestadores de servicios transnacionales que habían hecho de Londres su puerta de entrada a Europa y que serán ahora revisados en sus operaciones con la lupa del furor público.

Y ganan, por supuesto, los demagogos, los populistas, la extrema derecha nacionalista, los racistas abiertos y los de clóset, los Trumps del mundo que van por la vida con recetas simplistas para arreglar el mundo. Gana el volumen por encima del contenido, gana el discurso del odio y la confrontación, ganan los que mataron a Jo Cox.

Y es que, no importa el conteo final, la idea de Europa sufrió hoy un muy doloroso —tal vez irreparable— revés.

Experto en asuntos internacionales.
Twitter: @gabrielguerrac
Facebook: Gabriel Guerra Castellanos

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