Hay un humor social mundial que preocupa. Los ciudadanos muestran puntos de vista y aspiraciones polarizadas cuando participan en consultas sobre temas tan importantes, que en verdad significan una disyuntiva para su futuro.

Los gobiernos, en un afán discursivamente democrático, renuncian a sus legítimas y legales facultades ejecutivas y someten a consulta sus decisiones con un mal cálculo que les representa fracasos y descréditos.

Los jóvenes británicos se encuentran frustrados al ver limitadas sus opciones de vida por decisión de los mayores, que votaron por abandonar la Unión Europea.

Los colombianos con menor nivel de ingreso lloran por una paz que no llegará por el voto de los grupos de mayor nivel socioeconómico, que no querían la paz a cualquier costo.

Las familias urbanas en ambos países votaron diferente a las rurales.

Trump tampoco escapa a este fenómeno mundial. Está capitalizando el enojo contra lo establecido, contra la autoridad, contra las decisiones de los representantes.

La inteligencia y el análisis serio pierden terreno frente a los juicios surgidos de las entrañas. ¿Hay un común denominador?

Si lo hay. La suma de esos acontecimientos nos indica que algo se desmorona bajo nuestros pies. No se trata de cambios superficiales o coyunturales, sino de transformaciones profundas.

¿Pero si el suelo empieza a dejar de sostenernos, con qué podremos avanzar? ¿Vamos al abismo? ¿Nos saldrán alas?

El causante de estos cambios se llama tecnología.

Francis Fukuyama escribió sobre el fin de la historia, porque dos contiendas se habían resuelto. La disputa bipolar entre economía centralmente planificada y mercado había concluido con el triunfo de éste último.

Asimismo, la lucha entre democracia y dictadura había finiquitado con el fracaso del socialismo soviético.

Pocos años después, Fukuyama rectificó. Negó el fin de la historia, pues la farmacología estaba cambiando la naturaleza humana de tal manera que el show continuaría.

Ahora tendrá que volver a rectificar. Lo que está cambiando es la naturaleza de la democracia. La tecnología hace posible una comunicación social antes inexistente. Las poblaciones rurales tienen nueva voz frente a las urbanas. Las personas de escasos recursos tienen cómo expresar sus anhelos y frustraciones. La base puede hacerse presente frente a la cúspide de la pirámide.

Los intermediarios se empiezan a desvanecer. Primero empezó la transformación del comercio: Amazon, Uber, Airbnb, son ejemplo de tratos directos entre consumidores y propietarios o prestadores de bienes y servicios.

Después surgen cientos de opciones en el terreno espiritual, en donde la disputa es con las Iglesias históricas por parte de grupos que quieren relacionarse directamente con Dios, sin intermediarios.

Esta ola de cambios ya llegó a la política y la población exige participar sin intermediarios. De ahí el descrédito global creciente de los partidos políticos y del sistema representativo.

Por ello el suelo se mueve, pero lo urgente e inteligente es preguntarnos: ¿hay forma de transitar un cambio de era sin violencia y dolor innecesario?

Esa es la pregunta que va a estar presente los próximos años.

En la medida que entendamos el proceso, quizá tengamos más oportunidad de generar alas.

Presidente ejecutivo de Fundación Azteca

@EMoctezumaB

emoctezuma@tvazteca.com.mx

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