Tema candente es el de las prisiones mexicanas. No es un problema menor. México tiene 343 universidades y 423 cárceles. Somos el sexto país con mayor población penitenciaria, con 260 mil internos, en 2015.

Las críticas de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y Topo Chico, son ejemplos de que nuestro sistema penitenciario requiere un alto en el camino para reflexionar sobre cómo lo podemos transformar.

WOLA (Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos) hizo un estudio en donde aparece que el sexenio anterior puso más énfasis en la construcción de cárceles, como si ese fuera el sujeto fundamental en la política penitenciaria, que en las condiciones de los presos.

Esas condiciones no son las adecuadas, ni para el preso, ni para la sociedad. Ellos salen más resentidos. La sociedad no reinserta ciudadanos regenerados.

Tan sólo 25% de los presos en cárceles federales realiza alguna actividad.

Estamos obligados a repensar el sistema penitenciario mexicano, junto con el sistema penal y la política criminológica. ¿Se justifica en todos los casos la cárcel? ¡Hay 100 mil presos esperando sentencia! La mayoría por delitos menores.

Hoy, la cárcel no es un “Centro de Readaptación Social”, es una escuela del crimen y centro de negocio del crimen organizado. Es un lugar de donde se sale como parte de una red criminal, con conocimientos y alianzas superiores para delinquir.

¿Por qué no cambiar el criterio para que la prisión sea al mismo tiempo que un lugar punitivo, una escuela, un taller, un tecnológico, una universidad, un lugar donde se puedan desarrollar habilidades y competencias y adquirir conocimientos; desarrollar sus capacidades como puede ser la tecnología, la ciencia, el arte, la música, el deporte, las habilidades manuales?

Mezclar reos de alta peligrosidad, con toda su experiencia, con personas que han cometido delitos menores, es obligarlos a someterse a los más violentos. Es acercarles a verdaderos maestros de la organización criminal. Es sellar su destino en un camino al que se entró por equivocación, pero se permanecerá por el diseño de un sistema penitenciario que carece de normas, procedimientos, estándares y programas de atención y seguimiento personificados. Sobretodo, de conciencia.

A los reos hay que ofrecerles que tengan en qué ocupar su físico, mente y espíritu. Ello seguramente los convertirá en mejores seres humanos después de esa experiencia.

Hay que cambiar el enfoque. ¿Qué es más útil para la sociedad? ¿Castigar a los delincuentes y no permitirles regenerarse? O hacer de la prisión un espacio de regeneración. Los que no cambien no tienen porque mezclarse con la mayoría que sí lo haría.

¿Costoso? No más que los 6 mil pesos que cuesta cada reo al mes al gobierno federal y mucho menos que las muertes, la violencia, el freno de las inversiones y del turismo por inseguridad.

Reformar en serio las prisiones tendría un impacto definitivo en el clima social y en la reducción de la violencia. Hay que empezar a cambiar algo que hoy no funciona.

Presidente ejecutivo de Fundación Azteca

@EMoctezumaB

emoctezuma@tvazteca.com.mx

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