Pocas cosas logran elevar el optimismo de un mexicano como el prospecto de un torneo internacional de futbol. Cada vez que esto sucede, los mexicanos nos volvemos víctimas de una alucinación colectiva que altera nuestro sentido de la realidad. Entonces exigimos lo imposible a pesar de que la historia dicta que lo que pedimos como mínimo, no tiene ningún sustento en el pasado. En muchos campos de la realidad esto no resultaría algo negativo; si nos atreviéramos a imaginar nuestra realidad social, política y urbana con la misma desfachatez y ambición con la que nos imaginamos nuestra realidad futbolística, la Ciudad de México hubiera recuperado sus lagos y ríos y la política sería menos corrupta. Fenómeno extraño; ante una propuesta de desentubar un río o rescatar un lago reaccionamos con cinismo, pero ante la noción de ganar una Copa Confederaciones reaccionamos con exigencia.

Siempre me he negado a ver al futbol como un simple circo. El deporte y el entretenimiento en general pueden servir como distractores, pero también como constructores de cohesión social y comunidad. Algunos buscan culpar al futbol de todos los males políticos y sociales del país; tal cosa siempre me ha parecido simplista y fácil; la liga alemana tiene los porcentajes de asistencia más altos del mundo y eso no les impide la prosperidad política y social. Lo que me extraña no es nuestra capacidad de distracción con el futbol, sino la manera en cómo procesamos este deporte como sociedad. En ese sentido, la reciente Copa Confederaciones resultó un ejercicio sumamente interesante que reveló rasgos interesantes de cómo interpretamos nuestra propia realidad. A pesar de que el linchamiento público sobre el técnico nacional es completamente injusto, el precepto detrás de este fenómeno podría acabar siendo un avance positivo si lo trasladamos a otras áreas de la realidad.

La afición mexicana respondió furiosa a lo sucedido en la Confederaciones, y como es costumbre, de inmediato todas las culpas se fueron hacia el técnico nacional, Juan Carlos Osorio. En principio exigirle resultados a un técnico es un asunto razonable pero ¿qué tan fantásticas deben ser las exigencias? Según nos informaron los comentaristas, la Selección Mexicana nunca ha ganado un partido de eliminación directa de un torneo mayor fuera de México y más allá de la Confederaciones del 99, que se jugó en México, y con selecciones de segundo rango, el mejor resultado de México en el torneo ha sido el cuarto lugar, mismo que fue repetido por la selección actual.

Bajo ese contexto ¿Tiene sentido nuestro enojo? ¿Qué estímulos de la realidad nos permiten pensar que es una exigencia válida pedirle a esta selección ser campeona de un torneo como la Confederaciones? ¿Se puede exigir a un nuevo líder por lo que otros líderes no han logrado?

Ciertamente la mayoría de las cosas que se le exigen al técnico nacional no tienen ningún sustento en el pasado de la selección, pero eso no vuelve a las exigencias menos válidas. Cuando se eligen nuevos directivos, gobernantes o líderes, no se debe esperar que se les juzgue como se juzgó a sus antecesores; habla bien de una sociedad exigir más y más, pero habla mejor de una sociedad saber dónde pedir más y más. Si la sociedad mexicana está en ánimo de pedir lo que nunca ha sucedido y evaluar la continuidad de sus líderes por las metas que sus antecesores tampoco han logrado, traslademos ese sano ejercicio al campo de la política. Exijamos una rendición de cuentas tan escrupulosa a nuestros gobernantes como a nuestros futbolistas. Porque si se tratara de rendir cuentas, una cosa es segura, antes de que se vaya Osorio tienen que irse muchos de los gobernantes de este país.

Analista político.
@emiliolezama

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