Hoy México está lejos de tener que ocuparse solamente de “administrar la abundancia”, como dijera alguna vez el ex presidente José López Portillo. Atrás quedaron los tiempos de la bonanza de precios altos de petróleo. Por ello y porque el momento histórico es otro, el modelo energético de nuestro país necesita transformarse a fondo, argumentan los funcionarios de gobierno, como en parte lo ha venido haciendo en los últimos años —aunque para algunos no de la mejor manera— a consecuencia de la reforma energética.

Ayer el titular de la Secretaría de Energía, Pedro Joaquín Coldwell, durante su comparecencia ante el Congreso de la Unión por las alzas a la gasolina, advirtió que el sector energético en nuestro país se encuentra en una situación de vulnerabilidad que pone en riesgo la continuidad y confiabilidad en el abasto de los combustibles.

La molestia popular por el incremento a las gasolinas era previsible, sin embargo, incluso si se tomaran medidas de alivio a la población, desde el ángulo gubernamental tenerse en cuenta que el modelo de subsidio es insostenible.

Es un hecho que el monopolio energético de Estado, imperante en nuestro país hasta ahora, respondió a un contexto que hoy por hoy es radicalmente distinto; además, las necesidades de consumo van más allá de lo que la planeación gubernamental puede proveer. Las cosas son aun más difíciles si añadimos que la exportación de manufacturas y materias primas —principalmente petróleo— dejará de tener las ventajas libres de aranceles, mismos que Donald Trump se ha propuesto eliminar.

Mala suerte tuvo México al abrir el precio al libre mercado en momentos de encarecimiento, y también desafortunado fue que reformó la industria energética justo antes de que el precio del petróleo iniciara una caída en picada hasta llegar, en enero del año pasado, a uno de sus puntos más bajos en la historia. Una vez más los imponderables del mercado internacional nos recuerdan que, como dice el dicho, no se deben poner todos los huevos en una misma canasta.

Próspero en minería, en hidrocarburos después y más recientemente en exportación de manufacturas hacia Estados Unidos, México no aprovechó esas crestas para la creación de una clase media educada capaz de desarrollar por sí misma nuevas fuentes de riqueza.

Ahí donde otros fracasaron, como Brasil en los últimos años, México podría tener éxito si no comete de nuevo el error de creer que la siguiente cresta en los precios de los hidrocarburos le permitirá dejar de preocuparse por construir nuevas industrias.

Continuar renovando el modelo de desarrollo del país en su conjunto, antaño tan ligado al petróleo y a Pemex, es ahora, más que una simple regla de ortodoxia económica a cumplir, una urgencia estratégica, un requisito para el mundo global.

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