Un virus no mortal, el zika, está causando alarma en el mundo por su veloz expansión. Todavía no están científicamente probadas todas las consecuencias que autoridades sanitarias, sospechan, podría ocasionar el mal, y aun así desde hace algunos días los países más importantes de la Unión Europea —Francia y Alemania entre ellos— han llamado a sus ciudadanos a no viajar a países latinoamericanos como México, donde el padecimiento ha sido registrado.

Una vieja historia parece repetirse. En 2009 la influenza AH1N1 ocasionó un desplome en el turismo y en la productividad en el país, debido a que durante las primeras semanas tras la detección de la enfermedad, el temor se esparció más rápido que las certezas.

En aquel tiempo el peso cayó frente al dólar. Los turistas dejaron de acudir a los destinos nacionales. La economía interna perdió millones cada día por el descanso obligatorio de miles de trabajadores sin goce de sueldo y el miedo de los consumidores a salir de sus casas.

Es inherente a la naturaleza humana sobrerreaccionar ante una amenaza. Mejor prevenir que lamentar. Por eso el papel de los gobiernos debería ser construir mensajes de calma y ofrecer a la población únicamente información comprobada.

La reacción de los gobiernos europeos, lo ha dicho la Organización Mundial de la Salud, no es necesaria a la luz de los datos disponibles. México debe poner el ejemplo.

Hace siete años hubo fallas propias que a la postre fueron costosas. Se informó al inicio, por ejemplo, que existían más de mil 600 infectados en vez de confirmar de inmediato que eran 590. Entre los casos “sospechosos” en realidad había pacientes con aneurisma o cirrosis hepática.

¿Fue una mala decisión suspender labores en restaurantes, oficinas de gobierno, escuelas y otros lugares en 2009? Si el país en aquel tiempo hubiera contado con un sistema de salud nacional eficiente en su comunicación interna, probablemente la respuesta sería que sí. Sin embargo, la falla de origen era la debilidad de las instituciones para atacar un mal del cual se tenía muy poca información. México no debe ocultar datos —como sí hizo el gobierno chino en 2009—, pero sí tendría que tener un sistema profesional de detección de virus.

Esta vez es diferente respecto del AH1N1 porque el zika no surge en México. El mal es asociado a toda América Latina. De cualquier manera, el riesgo está en que así como el dengue y el chikungunya, este padecimiento es difícil de controlar, pues no hay sistema humano que impida el paso del mosquito transmisor. Mientras no haya una vacuna, la prevención y la información son las mejores armas.

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