Se pusieron de moda en México el cambio de régimen y los gobiernos de coalición. Ya era hora. La realidad mexicana pide a gritos una parlamentarización que permita forjar mayorías estables en el Legislativo en un contexto de fragmentación del voto, y la segunda vuelta no es el remedio: refuerza la mayoría en el Poder equivocado, el Ejecutivo, y por ello es apenas un analgésico para un paciente que sufre fracturas expuestas en su columna vertebral. Las coaliciones opcionales que entrarán en vigor en 2018, que conciben una suerte de Estado transformer, tampoco son la solución. El país necesita un parlamentarismo sui generis en el que no haya dos mayorías susceptibles de contradicción, sino una sola. Requiere, en otras palabras, un gobierno que emane de la correlación de fuerzas en el Congreso.

Pero un nuevo régimen no exige solo cambiar el sistema de gobernanza. En México debe haber, además, un cambio institucional que incentive gobiernos honestos. Si la gobernabilidad sigue dependiendo del engranaje de complicidades de la sociedad políticamente organizada, que se resquebraja sin el aceite de la corrupción, a lo más que podremos aspirar es a la paz de los sepulcros. La ira social contra el establishment aumentará el peligro del estallido social en la medida en que se mantenga el dislocamiento de los mecanismos de representatividad democrática. No hay nada que dañe más a la democracia que la existencia de representantes corruptos que no cuidan los intereses de sus representados sino los suyos propios, los de la partidocracia y los de el gran capital.

Es importante recordarlo hoy que la opinión pública mexicana empieza a enfrascarse en el debate de la ingobernabilidad y a considerar resuelto el problema de la corrupción. Yo celebro que por fin se cuestione el tabú del presidencialismo, pero deploro que no nos percatemos de que el Sistema Nacional Anticorrupción se está convirtiendo en un espejismo. El PRI-gobierno lo postergó en tanto pudo, y cuando fue forzado a legislarlo ideó dos argucias que restan eficacia a las reformas constitucionales para castigar a los corruptos: primero recurrió a la elaboración de leyes secundarias diseñadas para desdentarlo y después a los nombramientos de funcionarios prestos a no usar los dientes que quedaron en el espíritu de la norma.

Pues bien, en medio de las simulaciones del SNA se abre paso un plan soterrado del PRI para continuar gobernando a México en 2018. Puesto que los priístas se han dado cuenta de que, como están las cosas, más que planear cómo ganar deben empezar a pensar con quién prefieren perder, perfilan un proyecto para formar un gobierno de coalición con el PAN y/o el PRD. Quizá semejante alianza podría hacer gobernable al país en el corto plazo, pero sería absolutamente incapaz de garantizar una estabilidad de mediano y largo aliento, porque dejaría intocado el cáncer corruptor que nos postra. Es imposible crear un nuevo régimen con el viejo PRI, y me refiero lo mismo al peñanietismo que al beltronismo, porque ambos se presentan como reformistas en lo político pero son profundamente conservadores en lo (anti)ético. Si bien el priísmo no tiene el monopolio de la corrupción sí posee la patente de su sistematización, y con ese ADN en el poder nunca se obtendrá la aquiescencia de la parte inconforme de nuestra sociedad civil.

No sé cómo perciban la estratagema del PRI los panistas, pero por lo que respecta al PRD yo estoy convencido de que es la última llamada. Si mi partido sucumbe a los cantos de las sirenas priístas se hundirá entre los escombros del mandato de su Congreso Nacional. No vale la falacia, esgrimida a modo de justificación pragmática, de que México no se puede gobernar sin el PRI. Es perfectamente posible edificar una coalición gobernante con el priísmo en la oposición. No solo es posible: es indispensable si no queremos una gobernabilidad corruptora sino un verdadero cambio de régimen.

PD: La reunión Enrique Peña Nieto-Donald Trump dañó gravemente la relación México-Estados Unidos. Si gana Hillary Clinton, tendremos dos años ríspidos; si gana Trump, nos irá peor por más tiempo y el mundo culpará a dos personas, Peña y Comey, quienes levantaron la campaña del republicano en sendos momentos de desplome.

Diputado federal del PRD.
@abasave

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