La mañana del 13 de enero pasado, Beatriz Gutiérrez Müller celebraba su cumpleaños 49 con una pequeña rebanada de pastel de chocolate. Solo, sentado frente a ella, estaba Andrés Manuel López Obrador, su esposo, quien le cantaba a capela Las mañanitas en un sencillo restaurante de Tampico, Tamaulipas.

La pareja ha pasado así los últimos 12 años de su vida, el mismo tiempo que han estado casados. En lugar de grandes celebraciones y fiestas de lujo, se han sumergido en una travesía por el país, una gira de campaña interminable por la Presidencia de la República.

López Obrador es un fanático del beisbol, deporte que practica cada que tiene un respiro en su vida política.

Aquel estudiante de la UNAM que se tituló de la carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública con 7.8 de promedio, ahora tiene a cuestas dos elecciones presidenciales (2006 y 2012). Ambas, abanderado por el PRD, las perdió: la primera frente al PAN y la segunda ante el PRI.

Este 2018, con Morena, el tabasqueño va por su tercera aparición en la boleta electoral, para igualar el récord que tiene Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, hijo del ex presidente Lázaro Cárdenas, quien intentó en tres ocasiones llegar a la Presidencia.

A sus 64 años de edad, el andar de López Obrador es más lento. Se nota también que se acentuó su hablar pausado. La experiencia de dos campañas por la grande se deja ver en su cabello cano y las arrugas en sus manos.

Sin embargo, según su equipo, sigue siendo el mismo necio y terco de siempre. Descansa poco, en todo momento viaja en el asiento del copiloto de su vehículo, le gusta charlar con sus dos choferes mientras recorren las carreteras, mismas que presumen de haberlas andado en más de dos ocasiones en sus recorridos por los 2 mil 448 municipios del país.

Agustín Guerrero, uno de sus incondicionales en las campañas, explica ese cambio de actitud:

“Andrés Manuel ahora reconoce que todo el electorado de izquierda y progresista no es suficiente para ganar la elección presidencial y por eso se abre a otras alianzas. Es un cambio estratégico”.

Su gente cercana también lo ve distinto, ya no es el mismo tabasqueño de oídos cerrados que pasa de largo las propuestas de sus estrategas. En su tercera contienda por la Presidencia, escucha, atiende las estrategias y ha cambiado su discurso del “cállate chachalaca”, al “amor y paz”.

Es común escuchar en sus mítines, más parecidos a sermones, citas de la Biblia para hablar del amor de Dios y del perdón.

En su cartera siempre carga una estampilla de la Virgen de Guadalupe, algunos amuletos que le regalan en su travesía por el país y en su muñeca izquierda, a veces, porta una pulsera tejida de hilo con una pequeña cruz. En varias ocasiones se ha declarado abiertamente cristiano.

Incluso, como una especie de cábala, se registró como precandidato presidencial el 12 de diciembre, día de la Virgen de Guadalupe, y también respetó los días de Semana Santa, que son días de guardar para los creyentes, pues no comenzó campaña el 30 de marzo, sino hasta el 1 de abril.

AMLO, el sereno. Hace unas semanas, el 23 de enero, López Obrador se vio en medio de la noche en Los Altos de Chiapas. En una vulcanizadora, una persona arreglaba dos de los neumáticos de la camioneta Suburban en la que viaja el tabasqueño que, minutos antes, habían sido ponchados por pobladores de Bachajón con quienes tuvo un pequeño mal entendido.

López Obrador rechazó dejar atrás a su equipo, tampoco se inmutó. Se quedó platicando con algunos pobladores, sin seguridad, ni guardaespaldas, algo poco común en un dirigente político.

“Quisiéramos que Andrés Manuel tenga mayor seguridad, queremos cuidarlo más debido a la inseguridad en el país, pero él se niega, dice que la gente lo cuida y eso nos lo ha repetido desde hace años”, reconoce Yeidckol Polevnsky, líder nacional de Morena.

Aun cuando su esposa y su hijo menor, Jesús Ernesto, viajan con él, no hay medidas de seguridad y es común ver al pequeño de 10 años yendo de un lado a otro en los mítines, jugando con los miembros de Morena.

Pero en lo que sí han logrado hacer que entre en razón, según Polevnsky, es que el tabasqueño reduzca su agenda de cinco a tres eventos diarios, ya que por prescripción médica debe bajar el ritmo de trabajo.

Y es que después del infarto al corazón que sufrió en 2013, el ex jefe de Gobierno de la Ciudad de México recibe chequeos médicos de rutina. Entre las indicaciones del especialista están realizar caminatas por las mañanas y le ha quedado estrictamente prohibido hacer corajes.

A pesar de ello, López Obrador nunca ha perdido el apetito. Lo mismo come mariscos en Sinaloa, que gorditas en la fonda de doña Petra en Zacatecas o barbacoa en el restaurante El Carnalito, en el Estado de México.

A él los recorridos ya no le pesan; al contrario, lo nutren y rejuvenecen. Su campaña ininterrumpida le ha dejado un manejo casi total de su público. El tabasqueño combina propuestas con analogías de beisbol —su deporte favorito— para decir que va a ganar por “paliza” o defenderse de que lo quieren “cepillar”.

Y los que lo conocen saben que no viste a la moda. Su clóset incluye camisas y pantalones de vestir, guayaberas, suéteres y chamarras sencillas, además de zapatos gastados que se niega a tirar.

A López Obrador, oriundo de Tepetitán, en la ribera de Tabasco, sus 64 años le llegaron en Chiapas. Se tomó ese 13 de noviembre, algo poco usual, para pasarla con su familia en Palenque, en una finca heredada, La Chingada, que le ha servido de inspiración para escribir discursos y varios de sus 15 libros publicados, un encierro verde al que se mudará si en su lucha por la Presidencia, la tercera no se convierte en la vencida.

López Obrador, al igual que algunos personajes de izquierda como Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, tiene un pasado priísta.

Incluso, con orgullo siempre afirma que es admirador del poeta Carlos Pellicer, a quien ayudó en 1976 en su campaña como candidato externo del PRI al Senado de la República.

Después de haberse conflictuado con algunos sectores del PRI, renunció a ese partido en 1983. En ese entonces fue arropado por el Frente Democrático Nacional, que lo lanzó a la candidatura al gobierno de Tabasco en 1988. En aquel entonces perdió los comicios frente al PRI.

Desde su primera batalla electoral esa sombra del fraude, que más tarde se convertiría en un movimiento que paralizó la principal avenida de la Ciudad de México, lo ha perseguido.

El tabasqueño creció políticamente, entonces, con figuras de la izquierda mexicana como Heberto Castillo, Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez y otros que fundaron el Partido de la Revolución Democrática (PRD) en 1989.

Pronto se le vio tomando la batuta desde Tabasco, abriendo brecha para la izquierda hasta convertir a la entidad en un fuerte de batalla desde donde López Obrador dirige su estrategia electoral. Encabezó en 1991 el llamado Éxodo por la Democracia, una larga caminata de 50 días desde Tabasco a la Ciudad de México para defender el triunfo de Cuauhtémoc Cárdenas en el municipio.

A sus 40 años, en 1994, y con un liderazgo consolidado, AMLO se lanzó por segunda ocasión como candidato a la gubernatura de Tabasco por el PRD. Volvió a perder y una vez más acusó de fraude a su contrincante que ganó la elección, Roberto Madrazo Pintado, con quien se enfrentaría más adelante en la contienda por la Presidencia de la República.

No ha sido senador, ni diputado, sólo jefe de Gobierno de la CDMX, cargo que ganó en las urnas. Esta vez, busca hacer historia junto a sus cuatro hijos (Ramón, Andrés, Gonzalo y Jesús) así como con el apoyo de su esposa.

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