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Río de Janeiro.— Más de 20 millones de piezas eran las que resguardaba el Museo Nacional de Río de Janeiro que fue arrasado por las llamas la noche del domingo. Se considera que 90% de su acervo se ha perdido, convirtiéndose en una de las tragedias culturales más importantes de Brasil y el mundo.

De la colección de paleontología, que llegaba a más de los 56 mil ejemplares, se perdieron partes de un esqueleto de tiranosaurio que se disolvieron en agua, y otras especies hoy extintas, como perezosos gigantes y tigres dientes de sable. Con ellos se quemó también la primera réplica de gran porte hecha en Brasil: el esqueleto de un maxakalisaurus, dinosaurio herbívoro que llegó a pesar nueve toneladas y alcanzar una longitud de 13 metros. Sólo esta pieza ocupaba una sala entera del museo y era uno de los principales atractivos para el público.

Otra pérdida fue la de la rarísima Colección Arqueológica Balbino de Freitas, una de las primeras del país sudamericano en reunir artefactos indígenas retirados de la región de Torres, en Río Grande do Sul. La pieza más destacada aquí era un cesto parcialmente conservado y revestido internamente con resina.

De la colección Gente de las Américas se perdieron varias momias precolombinas, como una encontrada en el desierto de Atacama, en Chile, que fue fechada entre 4.700 y 3.400.

El museo brasileño también poseía el mayor acervo de cultura egipcia de América Latina en el que destacaba el féretro y la momia de la cantante-sacerdotisa Sha-amun-
en-su, que databa de aproximadamente del 750 a.C.

También quedaron calcinadas esculturas de la Antigua Grecia, vasijas y cálices etruscos, así como varios frescos que habían sido sepultados por la erupción del volcán Vesubio en el año 79 de nuestra era, los cuales se habían recuperado en las excavaciones realizadas en las ciudades de Pompeya y Herculano.

De la colección del museo Gente nativa del mundo se consumieron varios artefactos de pueblos indígenas brasileños, como los tikuna, tukano, paresi, nambikuara, kadiwéu; además de objetos de pueblos africanos, polinesios, melanesios y neozelandeses.

También se perdieron piezas de las salas Ecos de la realeza, que eran de la emperatriz María Leopoldina, pues uno de sus aposentos, donde murió, fue transformado en una sala del museo.

Entre la colección había obras de América Latina, sin embargo, en su sitio no se indicaba si alguna de éstas era de origen mexicano.

Biodiversidad y libros. Otra gran pérdida fue su gran material bibliográfico, en su mayoría especializado en ciencias naturales. Este llegaba al medio millón de ejemplares, de los cuales mil 560 eran piezas únicas, como un ejemplar de historia natural, fechado en 1481.

Con el incendio se perdieron también “archivos irremplazables de la biodiversidad”, dijo Philippe Grandcolas, especialista francés en la evolución de los insectos.

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