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Hubert Martínez Calleja, indígena mè phaa, escribe poesía para desterrar el silencio de su pueblo, para darle voz, ojos y rostro a lo que ahí pasa y casi nadie ve, pues todo ocurre en un lugar muy apartado: la Montaña de Guerrero.

Sus poemas trasladan a las historias y vida cotidiana de su pueblo, Zilacayota, municipio de Acatepec. El día a día de sus pobladores, su alegría de Tlacuache borracho, pero también a la travesía que representa tener un médico a siete horas; a la niña que es vendida para prostituirla, al hombre que sale a buscar trabajo de jornalero. A cuando llegan los sicarios y se llevan a los niños y le siembran en las manos los Ak-47, la muerte.

Zilacayota está en un recodo de la Montaña de Guerrero. Es un poblado como otros de la región: donde todo falta, donde la vida siempre pone límites. Donde la resistencia es palabra clave para la sobrevivencia. Donde se vive sin caminos ni centros de salud, ni escuelas dignas ni agua potable. Donde los piquetes de alacrán o una diarrea aún son letales.

Hubert no ha ignorado nada de eso, sabe que es necesario nombrarlo, porque si no se nombra no existe. Sabe que es necesario mantener viva la lengua mè phaa, porque es la identidad de su pueblo, y ha encontrado que la poesía es la herramienta para contar desde adentro lo que ahí pasa.

Eso le quedó claro hace un par de años cuando se reunió con mujeres de una cooperativa del pueblo indígena de Sutiava, en Nicaragua. Llegó allí por una investigación académica cuando estudiaba Filosofía y Letras en la Universidad Autónoma de Guerrero. Cuando entró a la maestría de Estudios Latinoamericanos de la UNAM decidió investigar los orígenes históricos de su pueblo.

Es consciente del riesgo que corren las lenguas originarias de desaparecer. Sabe que afuera de los pueblos la vida es distinta, que la discriminación por no hablar español es una realidad cotidiana, que la educación no permite a los indígenas pensar como indígenas, sino como mestizos. Sabe que el mè phaa, al no ser una lengua hegemónica, no podrá incluirse en la globalización.

Conoce su pueblo: la violencia generada por el narcotráfico, la violencia política contra los que piensan distinto. Ha sido testigo de la militarización: “Como la mayoría de los niños de la Montaña, yo también fui testigo del paramilitarismo y la militarización… Eso está presente y cuando intentas expresarlo va saliendo, porque siempre te vas a remitir a sentimientos de cómo construiste tu identidad. Y tu identidad está plagada de estas situaciones”.

Esas historias se las contaron sus abuelos, sus padres, sus tíos. Las escuchó en las tardes cuando regresaban del trabajo. En la secundaria sintió la necesidad de escribirlas y encontró la poesía como la mejor herramienta. Escribió cientos de poemas que perdió con las mudanzas, cuando murió su abuela recopiló los poemas que tenía y armó un libro en su honor que nombró Gòn natse (Luna que amanece). En los poemas contó los consejos de su abuela y la forma en que ella veía la vida. El libro no se imprimió, también lo perdió.

Tras su regreso de Nicaragua, Hubert ha sido más cuidadoso, ha publicado un libro, Xtàmbaa, y espera publicar otro. Ya comenzó a cosechar frutos. El año pasado obtuvo el Primer Premio a la Creación Literaria en Lenguas Originarias Cenzontle 2016 con Cicatriz que mira y hace unos días ganó el quinto Premio de Literaturas Indígenas de América 2017 por Las sombrereras de Tsítsídiin, un libro conformado por 50 poemas y escrito como una narración con diferentes voces. “Es un sólo poema, pero con distintas piezas; con personajes que van contando la historia”.

“Este libro relata la historia de las mujeres; en realidad es sobre la situación de la mujer, porque los pueblos indígenas son los más vulnerables frente a toda la red criminal que existe en el país, y las mujeres son las primeras que son atacadas, que son agredidas, también sexualmente, ese es un tema complicado porque hay toda una estructura de violencia. Este poemario aborda el tema de la trata de mujeres indígenas, uno de los graves problemas del país”, dice.

El poeta presentó ayer Las sombrereras de Tsítsídiin en el Museo Nacional de Culturas Populares de la Ciudad de México, junto con la poeta juchiteca Rocío González y el trovador guerrerense Balam Grandeño.

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