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El canadiense-argelino Bachir Bensaddek pasó 15 años realizando documentales sobre inmigrantes y refugiados en su país y en 2016 dio el salto para llevar esas historias a un largometraje de ficción, que transcurre en Navidad en Montreal coincidente con el Ramadán. De esas experiencias, el cineasta concluye que “todos somos refugiados en algún lugar” y que los “migrantes siempre llevan un gueto interior”; sus historias, dice, deben ser contadas, aunque en el cine se tenga que traicionar la realidad para hacerlas ver verdaderas.

A Bensaddek le gusta contar historias de mujeres y gente arrancada de sus raíces o países, describir las vidas de migrantes o refugiados que deben adaptarse o aceptar que la existencia que tuvieron en sus lugares natales ya no existe, que el paradigma cambió.

En febrero pasado estuvo en México para participar en la Cátedra Bergman de la UNAM y presentar en Cineteca Nacional Montreal la blanca (2016) en la muestra Quebecine MX2017. En esa ocasión, el cineasta conversó con EL UNIVERSAL.

Montreal la blanca, que alude a Argel, capital de Argelia, conocida como “la blanca” por el color de la mayoría de sus edificios, trata el fortuito encuentro navideño entre el taxista Amokrane (Rabah Aït Ouyahia) y la ex popular cantante Kahina (Karina Aktouf), caída en desgracia, desempleada y desesperada por hallar en la capital quebequense a su ex marido para recuperar a su hijita. Los dos argelinos, ambos refugiados tras huir de su país en guerra civil, se reencuentran con su pasado en un taxi mientras recorren Montreal y se entrecruzan con otros argelinos. Este mes, la cinta se proyecta en la Cineteca.

El rodaje de Montreal la blanca duró 20 jornadas de noche, en un invierno nevado a menos 25 grados, en el taxi de Amokrane, quien prefiere trabajar que celebrar con su familia la Navidad y el Ramadán.

Bensaddek cuenta que encontró al actor principal de su filme, Rabah Aït Ouyahia (un rapero), cuando investigaba para escribir la obra de teatro de Montreal la blanca de 2004, en la que basó su película. De hecho, realizó un documental sobre la madre de Rabah y otra mujer, Seules (2008), “para mostrar la soledad de las inmigrantes viudas o divorciadas, que son programadas para estar con un hombre en sus países de origen y que cuando quedan sin hombre pierden también su relación con el universo”.

En aquella investigación, el cineasta se acercó, por primera vez desde que emigró a Canadá en 1992, a la comunidad argelina en Montreal y descubrió que tiene un barrio, cafés, que al entrar en ellos “uno se siente como en casa: Argelia”. Entonces quiso contar las historias de los inmigrantes a los canadienses. “Descubrí una realidad muy dura, porque los argelinos que llegaron en los 90 a Canadá eran gente muy educada; eran universitarios, periodistas, médicos, ingenieros, directivos de bancos y demás, que se escaparon del país porque temían por sus vidas. Pero cuando llegaron a Canadá tuvieron que experimentar esta caída en la escalera social, y fue muy duro para su autoestima y se sintieron despreciados”, explica el realizador.

Bensaddek admite que no busca enclaustrarse en los migrantes, aunque reconoce que es el gran tema del siglo XXI. “El año pasado fui a Turquía a ver a los refugiados sirios para un proyecto sobre niños, cómo viven como refugiados. Lo que vi es terrible y hay que contar esas historias”, subraya el cineasta, quien no descarta la posibilidad de filmar en México sobre los migrantes que cruzan hacia EU y de ahí hasta Canadá. “Un migrante es un refugiado también; eligió irse, pero hay migrantes que eligen irse porque las condiciones en las que viven ya no se pueden soportar. Todos somos de alguna manera refugiados en algún lugar, claro que hay gente que elige viajar de país en país, pero eso es diferente”, acota Bensaddek.

Indica que la integración de los migrantes a un nuevo hogar es muy complicada. “Hay veces que la gente en la sociedad de acogida se siente amenazada. Entonces hay que escribir libros, filmar películas y documentales para que las sociedades de acogida se sientan enriquecidas por esta nueva gente. Y también los migrantes tienen un deber: no puedes seguir viviendo como en tu país; debes preguntarte por qué me fui allí.

“Creo que hay un gueto interior que el migrante lleva. Por eso a mi película Seules la llamé también El gueto interior. Ese gueto te lo llevas contigo cuando migras; puedes moverte, pero si te vas con tus raíces y las tienes con alegría en tu interior, puede funcionar. El problema es que esas sensaciones, entre más avanza el tiempo, entre más crecen, tienes la ilusión de que todo era mejor en el país de donde te fuiste, pero eso no es verdad, pues te fuiste por una razón”, explica.

Sobre llevar historias de personas reales a la ficción, Bensaddek sostiene que el cine, al ser un arte de la ilusión y que la mayoría de las películas se ven una sola vez, hay que asegurarse de que la ilusión sea perfecta. Y para hacer eso “hay que traicionar la realidad, pero de una manera muy honesta”. Así admite que en Montreal la blanca hizo justicia a las personas reales pero también las traicionó.

“En esa adaptación al cine quería irme en un espacio de ficción, sentirme más libre, porque el homenaje a los verdaderos personajes ya lo había hecho en teatro. Pero para la película tuve que alejarme de eso para expresar lo que la verdad no me dejó expresar. Así que me hundí en un nuevo mundo de personajes. Para hacer una película no sólo hay que traicionarlos, sino darles un homenaje más grande proyectándolos en un nuevo espacio donde pueden descubrir aspectos de su personalidad que no adivinaban antes. Eso es lo que la ficción nos permite”, concluye.

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