¿Meade o no Meade? Esa pareciera ser ahora la confusión. Por primera vez en su larga relación política, Luis Videgaray y Enrique Peña Nieto exhibieron un desencuentro.

Al presidente no le cayó bien que su secretario de Relaciones Exteriores elogiara con exceso de adjetivos a José Antonio Meade. ¿Dónde se equivocó Videgaray? ¿En el nombre, en los atributos, en la forma, en el método?

El primer priísta de la nación lo regañó por no plegarse a la ceremonia prevista, a los rituales establecidos, a los actos solemnes que forman parte de la liturgia concebida para destapar al próximo candidato presidencial de su partido.

¿Y cuál es esa liturgia? He ahí el verdadero dilema: si Videgaray —el hombre más cercano a Peña Nieto— no es capaz de leer esa liturgia, ¿quién entonces?

No es Meade y sus atributos, ni Videgaray y sus despistes, sino la ausencia de liturgia. Cada vez que se le pregunta al presidente por este tema cantinflea como los grandes: muévanse, pero no se muevan; aspiren, pero no demasiado; levanten el dedo, pero solo el mío cuenta; un priísta, pero no priísta, etcétera, pero no etcétera.

En este tema Peña Nieto recuerda al peor de los Peña Nieto: el que no supo explicar en 2009 cómo murió su primera esposa al periodista Jorge Ramos, el que fue incapaz de recordar el título de un solo libro en la FIL de Guadalajara 2011, o aquél que afirmó que León y Lagos de Moreno son entidades federativas.

Del presidente que fácilmente pierde concentración cabe esperar una liturgia despistada. Por eso andan tantos sin brújula, incluido el mayor de los alfiles. En defensa de Videgaray hay que decir que lo errado está en la falta de claridad. Acaso los priístas deberían reclamarle al mandatario que quiera una solución montada sobre argumentos contradictorios: de un lado quiere un destape que supere antiguas prácticas autoritarias, y por el otro está decidido a ser él quien impone a su sucesor.

En síntesis, no quiere perderse ningún tren. Su liturgia es confusa porque en realidad no hay liturgia. Cuando Peña Nieto comenzó a militar en el PRI el protocolo era preciso: el único que tenía poder para mover los hilos sucesorios era el presidente. La confusión ahora proviene de que el mandatario quisiera mantener ese ritual, pero simular que no es así.

Por eso no perdonó a Videgaray y luego lo obligó a remediar el supuesto despiste. El desacuerdo no parece radicar en el nombre sino en las formas. Así lo hizo saber: “El abanderado del tricolor (no) será nominado a partir de elogios y aplausos.”

¿Entonces cómo irá a serlo? A estas alturas nadie sabe. No es cierto que las reglas de selección que la Comisión de Procesos del PRI presentó resuelvan la liturgia inexistente. Leer ese documento produce la misma sensación que ver un piano al que le faltan las teclas negras. Todavía no es posible saber si habrá uno, tres o cinco precandidatos; tampoco si un aspirante que no cuente con la bendición presidencial podrá inscribirse al proceso; menos todavía si el abanderado priísta surgirá en dos días, en quince, en un mes o en dos.

Demasiada incertidumbre pues, ese es el problema. Quizá no sepa el presidente que la Iglesia católica inventó la liturgia justo para promover lo contrario: para asegurar que sus fieles no se confundieran con respecto a la celebración de las fiestas católicas.

ZOOM: Si así de despistado está el destape, cabe desde ahora temer por la accidentada contienda que se viene. Roguemos porque el caos solo sea problema de priístas y tanta ambigüedad no acabe contagiando luego al conjunto de la contienda.

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@ricardomraphael

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