La diputada se regocija como niño adolescente, levanta los brazos y grita orgullosísima de sí misma: “Eeeeeeh puto.” Ella se llama Arlet Mólgora Glover y ocupa la curul F-175 del Palacio de San Lázaro.

Su vecina de la siguiente fila también disfruta echando relajo mientras corea: “Quiere llorar, quiere llorar.” Se trata de la legisladora Sara Latife Ruiz Chávez y ocupa el escaño E-140.

Antes de ser legisladoras ambas tuvieron una estrecha relación política con Roberto Borge. Mientras Sara Latife fue secretaria de Educación durante el mandato de este nefasto ex gobernador, Arlet Mólgora fue diputada local consentida de ese mismo político quintanarroense.

Las diputadas se burlaron cuando, desde tribuna, su colega Mario Ariel Juárez reclamó al ex gobernador priísta, Eruviel Ávila, por haber desviado 3 mil 500 millones de pesos de la tesorería del Estado de México. Al parecer, para estas dos señoras es puto y es llorón quien denuncia los actos corruptos del adversario.

Sorprende que ambas festejen un lenguaje homófobo y discriminatorio cuando tienen responsabilidades dentro de la Cámara baja que les obligarían, al menos, a guardar las formas.

Sara Latife participa en la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados y Arlet Mólgora Glover trabaja dentro de los órganos parlamentarios responsables de la alerta de género y del Centro de Estudios para el Adelanto de las Mujeres y la Equidad.

¿Cómo puede velar por los derechos humanos una representante popular que señala como puto a un diputado cuando éste habla desde la tribuna? ¿De qué manera creerle a la otra sobre su sinceridad para hacer avanzar a las mujeres, cuando con tanta ligereza se permite acusarlo de querer llorar, plegándose al estigma que suele señalar a mujeres y homosexuales como excesivamente sensibles?

Este episodio es muy grave, no solo por el discurso de odio que nutrió sus gritos, sino porque fue promovido en sesión plenaria dentro del Palacio de San Lázaro.

En México hemos saldado la discusión sobre si gritar puto es homófobo. Lo es desde cualquier punto de vista y crece en su ánimo discriminatorio acompañarlo del coro “quiere llorar …”, porque con ello se pretende reforzar la idea de que los homosexuales valen menos como personas porque supuestamente lloran como mujeres. Tanto peor es descalificar al sexo femenino a partir de un presunto abuso de la emotividad, y por tanto fortalecer la idea de que únicamente los argumentos asignados a la virilidad tradicional —fuerza y la falta de corazón— son apreciados.

Esta práctica ha sido ya sancionada con rigor en los estadios de futbol, donde con mayor frecuencia se promovía. San Lázaro es un espacio donde este grito produce efectos peor de nocivos porque se trata del recinto que reúne a la representación nacional, porque ahí se elaboran las leyes que se imponen para todas las personas y, sobre todo, porque ahí se debería privilegiar la pedagogía del diálogo incluyente y tolerante que la democracia requiere.

Por estas razones es que las diputadas Latife y Mólgora están obligadas a un estándar ético y legal muy superior, en comparación del que se esperaría para un aficionado del balompié. Ellas son desiguales entre los iguales a propósito de las responsabilidades que asumieron al jurar que defenderían la Carta Magna, en cuyo artículo primero se localiza el principio de la no discriminación.

Tengo para mí que este episodio no debería quedar impune. Estas dos diputadas habrían de ser expulsadas de las comisiones donde se desempeñan. No merece el país que cuenten con beneficios por trabajar en temas relativos a los derechos humanos, la equidad de género o el avance de las mujeres.

Resultaría también imperativo que su partido se deslinde explícitamente de las actitudes exhibidas y las margine de sus filas. Ninguna de ellas está a la altura del cargo que se les encomendó en las urnas y el PRI tendría que proceder en consecuencia.

ZOOM:

Lafite y Mólgora han corrompido su cargo de una manera distinta a como lo hizo en su día su principal promotor, Roberto Borge, y sin embargo su griterío homófobo es otra forma deleznable de corrupción política.

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