Hace unos días, Charles McGrath publicó en el New York Times una entrevista reciente con Philip Roth, intrigado por cómo pasaba sus días un escritor retirado (no cualquier escritor, sino alguien que ha estado en la lista de los probables premios Nobel año tras año y que, seguramente, en la rotación de países y tradiciones literarias que se trasluce en los premios de la Academia Sueca, lo vio pasar de largo.) McGrath no preguntó sobre ello. Quizás por eso, porque no se trata de la vanidad, del ego, de la siguiente novela, la entrevista es doblemente interesante. Tiene que ver con la sabiduría y con algo que no parece propio de un escritor: el retiro de una cancha que significa la prolongación de uno mismo. Porque el acto de escribir es eso literalmente; digamos que entre el teclado o la pluma y las manos, irrigadas por la sangre de nuestro corazón e impulsadas por la voluntad de nuestro cerebro, no hay distancia. Lo orgánico y lo mecánico se continúan: a diferencia de la voz, que es resultado del cuerpo. Por eso me detengo en una frase desde el Philip Roth que ha rebasado los 80 años y que en 2012 anunció su retiro de la escritura (no como algunos grupos pop que usan ese gancho mediático para luego decir volvemos un ratito más y vender harto). Explica las razones, que yo traduzco del inglés:

“En 2010 tenía una fuerte sospecha de que había hecho mi mejor trabajo y que lo que siguiera sería inferior. Para entonces ya no poseía la vitalidad mental ni la energía verbal ni la condición física para montar y sostener un largo embate creativo, de cualquier duración, en una estructura compleja tan demandante como la novela…” La respuesta a la pregunta de si lamenta el retiro y alguna vez piensa en volver a escribir continúa, pero yo me detengo en algo que con su respuesta define Roth: lo que requiere una novela, lo que pide del autor en esas horas largas para un resultado incierto. Vitalidad, energía y condición física. Él habla de la escritura en términos que naturalmente se aplican al deporte, a las clases de yoga y a los distintas modas de ejercicio que aparecen como un oleaje. La quietud del escritor es sólo aparente. En realidad necesita una capacidad física además de buenas condiciones. ¿Cómo habrá sido la escritura de un Cervantes preso?, ¿en una mesa?, ¿la silla tenía respaldo o era un banco?, ¿los dedos de los que escribían mojando la pluma en tinta se engarrotaban?, ¿se afectaban las lumbares, las cervicales? Seguramente sí, o dictaban como Dostoyevski a  Anna Grigórievn a Snítkina que luego fue su esposa. ¿Cómo pudo resistir Balzac la escritura de La comedia humana? ¿O Víctor Hugo sus largas novelas?

Me quedan palpitando las palabras de Roth: el embate de largo aliento, o “ataque” (atack) que es la palabra exacta que usa; la batalla —decimos— por encontrar la palabra justa (Chejov). Todo remite a analogías del esfuerzo físico, hay un cuerpo en donde se libra la batalla. Es cierto, se diseñan jornadas de escritura en que si no hay interrupciones para caminar, estirar, mover el cuello, luego vienen las contracturas. Si la silla no es buena, la espalda reclama. (He escuchado incluso a alguien pedir una silla de gravedad cero para escribir sus artículos porque no podía de otra manera. Me imaginé los papeles o la lap top flotando y a la escribiente en traje de Barbarella haciendo piruetas en el aire.) Pura digresión para confirmar que escribir, por ejemplo, da hambre: de personas (por lo solitario) y de alimento (por la energía que reclama). Tal vez es esa gimnasia de la imaginación, esa búsqueda verbal, ese sostener los hilos de una historia para que no se deshilache, ese vivir en estado de alerta como un animal con su presa, acechando, rodeando, sintiendo que uno ya lo tiene, pero se escapa, y luego otra vez uno cerca ese centro, esa revelación que siempre es la escritura, lo que demanda tanta energía.

En esa fijeza postural recomendada: la espalda baja recargada, los codos a la altura de la mesa, las rodillas en ángulo recto respecto al piso, ahora me queda claro que el escritor de novelas es acróbata, gimnasta, clavadista, buzo, corredor de fondo, goleador y encestador (a eso aspira), maratonista y que, sin duda, las capacidades menguan con el tiempo. Sin embargo, yo aún quisiera leer la nueva novela de Roth, y a falta de ella, sus palabras de frente, su experiencia con la escritura misma, me iluminan.

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