A Guillermina Cuevas

Cuando la noticia de la muerte llega, de la ausencia definitiva de alguien que ha estado en tu paisaje, aunque no en tu ciudad, aunque no lo veas seguido, se fija la última vez que estuviste con esa persona. La sonrisa y el entusiasmo de Víctor Manuel Cárdenas, me llegan desde esa cena memorable en que nos reunimos alrededor de la mesa Guillermina Cuevas, Marisol, compañera de vida de Víctor Manuel, y yo. Me escapé de los ágapes que seguían a las lecturas de cuentos en el Encuentro de Cuento que Luis Felipe Lomelí organizó en la bella Comala, ciudad de ficción rulfiana que no se parece a la novelada, porque originalmente era Tuxcacuesco el pueblo nombrado por Rulfo en Pedro Páramo. La cena no era ficción aunque tenía mucho de extraordinario como el hecho de que un chef suizo hubiera elegido aquel pueblo blanco de callejas empedradas tan cerca de Colima para su restaurante. Lo otro extraordinario era aquella reunión de amigos, por culpa de Guille Cuevas que leyó un cuento ingeniosísimo para asombro de todos y que convocó al poeta y a Marisol a que subieran desde la ciudad de Colima para que charláramos.

Víctor Manuel siempre era la sal de la mesa, no abandonó Colima ni cuando dirigió la revista Tierra Adentro, porque de eso se trataba: de dar voz a los que no vivían en la Ciudad de México, de ser plural, puente, diálogo, diverso. Un mucho el espíritu de Víctor Manuel. Era un hombre gozador y gozoso, un amigo muy disfrutable, conversador, generoso, nada petulante y buen poeta. Coincidimos un año antes en Tuxtla Gutiérrez, y antes de subir al avión me regaló su poemario Noticias de la sal y un saquito de sal de Colima. Leí los poemas en el vuelo, apreciando salero y dejando que los cristales de palabras en verso me devolvieran a lo esencial, a lo que hace de la vida otra cosa, a lo que da sabor y tiñe paisajes de blanco diamante, a lo que le costó a una princesa medieval (y a la Cordelia de Shakespeare) el desprecio de su padre, porque la medida del amor que le profesaba era un grano de sal. Minúscula partícula metáfora pura que el poeta desmenuzó para dar sabor a aquel vuelo de regreso a la capital. Había colocado el saco de sal en mi bolsa pero el poemario lo puse en el espacio de revistas del asiento de enfrente. Rumbo a casa me di cuenta que lo había olvidado. Se lo confesé a Víctor Manuel en aquella cena. No tengo tu libro de poemas que disfruté tanto. La sal sigue sazonando mi mesa. Prometió darme otro, porque los libros de los poetas, circulan de mano en mano. Su destino comercial es ingrato y en propia mano son mensajeros de sus páginas exquisitas que nos hacen respirar la vida de otro modo.

Fue una cena extraordinaria porque Guille Cuevas y Víctor Manuel fueron cómplices de la escena literaria en Colima y derrochaban anécdotas, porque el humor corría como el vino, porque nos reímos y refrendamos el gusto de convivir sin importar los años, las distancias. Una noche bajo el cielo de Comala en la mesa del suizo, con los escritores y Marisol, que fundó una escuela y una vida con Víctor Manuel, fue extraordinaria y lo es más ante la certeza de lo irrepetible.

Aquella noche compartimos la sal. Ahora sé que Colima no será igual sin Víctor Manuel y que la sal del saquito que me regaló dará sabor a mi mesa pero no durará para siempre, aunque sus versos harán lo suyo: permanecer.

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