El arte de contar una vida

Joan Didion estira sus brazos largos, huesudos, sus manos venosas, sonríe de lado, destila malicia y ternura; lleva la boca pintada, el pelo también. Tiene 82 años y muchas arrugas, pero habla joven. Si es que esto se puede decir. Su sobrino Griffin Dunne ha hecho el documental The center will not hold (El centro cede) sobre la escritora estadounidense que con su manera narrativa y personal de hacer periodismo y su escritura narrativa desde la memoria y la reflexión personal ha sido parteaguas desde la década de los 60. ¿Cómo se cuenta una vida? ¿Qué se elige contar? ¿Cómo se le da forma? El eje del documental es la conversación con el sobrino, a quien alude pues comparten recuerdos y tienen referencias comunes, lo cual da la intimidad que se adereza de lo que los otros añaden sobre la personalidad y momentos de Joan Didion, quien nació en Sacramento, California (precedida de la leyenda de sus antepasados que cruzaron el país en carretas para llegar al mítico Oeste a hacer una vida), conoció al escritor John Dunne en Nueva York, volvieron a la orilla del mar en California después a Manhattan, y ella se quedó allí.

Griffin nos va llevando entre conversación, lecturas, y fotos por la vida de Joan, el encuentro definitivo con John, la adopción de Quintana Roo Dunne (quiero saber la historia de la elección del nombre), la relación de familia; cómo comenzó escribiendo en Vogue (ganó un concurso de ensayo que le valió ser contratada por la revista en Nueva York) y luego en numerosas revistas y en muchas ocasiones en colaboración con John, firmando a dúo. Aparece el primer cuaderno que tuvo, regalo de su madre, que le sugirió escribir sus sentimientos revoltosos y así se siguió de frente pensando por escrito. Los 60 y su caos están en su escritura, la vida personal y su desarropo están en su escritura. Primero fue la muerte sorpresiva de John, mientras Quintana (ya adulta) estaba en terapia intensiva en el hospital. Cuando Quintana sale, para su mejor recuperación del dolor de haber perdido a su padre, Joan sugiere que se vaya a California, el lugar de su infancia, a pasar un tiempo. Pero una caída al bajar del avión deriva en estado de coma al cabo de un rato. Ese mismo año muere Quintana. De golpe, Joan está sola y escribe su libro icónico El año del pensamiento mágico. Escribe sobre la pérdida de John. Quintana le valdrá otro libro: Noches azules, y la muerte de ambos, la obra de teatro que interpreta Vanessa Redgrave. Duele cuando entre la conversación aparecen las reflexiones de la escritora leídas de sus propios libros. De pronto, con la imagen de una Joan muy delgada intentando caminar por la ciudad, se le escucha decir que uno tiene miedo de morirse y descuidar y abandonar a otros que te necesitan, pero que ya no es su caso, ella no dejará a nadie.

La llamada autoficción no es novedad posmoderna. Joan Didion la ha ejercido con todas sus letras, documentó su dolor para hacerlo un asunto universal. Su mirada personalísima le valió la Medalla Nacional de Humanidades que le entregó el presidente Obama. Y todo esto nos lo acerca su sobrino, imbuido del propio estilo de Didion, para hacer de lo íntimo un asunto de todos. Allí está el mundo donde se conquista la felicidad, allí está esa pareja simbiótica donde —nos cuenta Joan— todo lo que escribían era leído por el otro antes de publicarse, allí están esas
sonrisas de complicidad, allí está esa niña rubia de ojos grandes que crece a la vera de sus padres escritores, le gustaba la parte alegre de su hija, dice Joan, sin duda no quería relacionarse con su oscuridad, con el alcoholismo que le preocupaba. La conversación ocurre en la sala de Joan, entre libros, entre fotos, donde parece que John saldrá de alguna habitación con su humor irlandés para abrazar a esta mujer liviana de donde sale la fuerza de la verdad, la honestidad de las opiniones y la emoción. Un recorrido de vida que estremece y que nos hace reflexionar sobre la fugacidad, la entereza, la soledad y el amor. Y, desde luego, la escritura como única salvación.