Eran las 10 de la noche del 18 de marzo de 1938, cuando el presidente Lázaro Cárdenas hacía público mediante un mensaje a la nación el Decreto Expropiatorio con el cual el petróleo “volvía a pertenecer” a los mexicanos.

Eran otros tiempos, eran otras ideas, era otro mundo… Aún, por ejemplo, no habíamos escrito algunas de las páginas más negras en la historia de la humanidad con la Segunda Guerra Mundial, el debate entre el comunismo y el capitalismo no se satanizaba entre sí a los niveles que lo haría décadas después, el neoliberalismo apenas se esbozaba con pinceladas muy lejanas y México era muy inocente, con el rescoldo, medio ardiendo, medio cenizo, de la Revolución en la memoria.

Las fotografías del pueblo llevando su ganado, sus ahorros, sus producciones y sus sacrificios en la gran colecta nacional son conmovedoras, era el México que soñaba con la “independencia económica”, nadie pensaba entonces que el mundo se volvería una aldea global y que los conceptos de soberanía financiera podrían quedar sepultados ante la visión de la expropiación.

El Tata Lázaro marcó con fuego la memoria colectiva mexicana, el petróleo se volvió un concepto que supedita al producto, a la cosa en sí misma, al grado, irrisorio, de que en el año 2014, antes de la aprobación de la Reforma Energética, poseíamos un régimen de hidrocarburos tan anacrónico que solamente se equiparaba con países como Corea del Norte, ¡incluso Cuba era más liberal en comparación a nuestra legislación!

Existe amplia argumentación económica, meramente técnica, sobre si convino o no convino la expropiación del 38, lo cierto es que aquello fue un símbolo: el Estado y su pueblo fueron uno, el Presidente que defendió al país de los intereses extranjeros se transformó en un ícono, nació del Tata una bella narrativa, muy al estilo del caudillismo nacional, sobre lo que debería de ser el país: un drama de sacrificios de todos a la espera de la promesa de un futuro mejor que arriba en la medida del sacrificio mismo… Un teatro.

Parece hoy, que el mismo ejemplo de ese México sigue la Cuarta, en una intoxicación nostálgica opta por el símbolo, por el drama sobre la estrategia.

Y su pueblo aplaude el sacrificio esperando tiempos mejores como premio, como pago a su bondad, es un México inocente que vuelve a creer, al que se le desborda la fe, la fe ciega, sumisa, dogmáticamente obediente.

Andrés, como el Tata, se debe a la decepción popular, al hartazgo, a la desesperación por las migajas arrebatadas, como el Tata, le dejaron la vara muy baja, con una gran capacidad para hacer lo que le venga en gana y terminar acribillado entre ditirambos solovinos bañados en babas exasperadas…

Pero Andrés no vive en 1938, México no es ya tan inocente, el mundo, se quiera o no, le influye demasiado, el hartazgo camina demasiado rápido y se transforma en volatilidad, en lo voluble, en lo frívolo, por lo que 30 millones de votos no le bastan para ser el nuevo Tata, no en el siglo XXI.

O quizá, es que en el fondo seguimos siendo la misma sociedad del 38.

DE COLOFÓN.— ¿Neta?, ¿En Power Point? El mejor ejemplo de ponerte con Sansón a las patadas.

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses